Paisajes simbólicos

El Desert de les Palmes

La soledad sonora

La declaración del Paraje Natural del Desert de les Palmes (unas 23.000 ha) – decreto 149/1989 de la Generalitat Valenciana – reconoce los valores naturales, culturales y paisajísticos que concurren en esta sierra litoral de la Plana, y apuesta por su protección y gestión responsable. Dentro del Paraje existen entornos naturales muy diversos (Agulles de Santa Àgueda, les Santes, valle de Miravet, etc.) y valiosas herencias patrimoniales (castillos, ermitas, etc.). En general, “es un sitio agradable por la multitud de vegetales que sostiene, y por la variedad de objetos que se descubren” (A. J. Cavanilles). En el centro del Paraje Natural, se halla el gran recinto conventual carmelitano (siglo XVII), una admirable urbanización barroca de la sierra muy integrada en la naturaleza que remite a “los valores espirituales de la ascensión a la montaña” (E. Martínez de Pisón), y a otros valores paisajísticos otorgados desde la cultura urbana. Desde 2005 el valioso recinto conventual es un Bien de Interés Cultural (BIC).

 

Un macizo litoral

El macizo del Desert de les Palmes – paralelo al mar, agreste, de tonos rojizos dominantes – está formado por una sierra, NE-SW, con la vertiente occidental de declive rápido y la oriental más complicada y menos articulada que, en dos o tres peldaños, poco precisos, desciende hacia el mar. En la cuerda principal se sitúan Sufera, el Bartolo (729 m), Huguet, la Mola o Morito y la Roca Blanca; en el siguiente peldaño se hallan les Agulles (537 m), la Comba, Montornés y la Parreta; en la alineación más próxima al mar, Santa Àgueda (247 m), Corvatxos, Molinàs, etc. En realidad, el macizo está formado por grandes bloques fallados, desnivelados y escalonados hacia el mar. Un conjunto de fallas normales, de dirección NE-SW y vergencia principal hacia el NW, hacen aflorar el zócalo hercínico (pizarras y grauvacas carboníferas) y el permotriásico suprayacente (areniscas y lutitas rojas), junto a una cobertera jurásica y cretácica más reducida. “Los montes son por lo comun de amoladeras: hay tambien mucha piedra arenisca micácea de roxo obscuro” (A. J. Cavanillles).

En este macizo distensivo de bloques fallados y desnivelados, “no hay que buscar llanuras, todo se reduce a picos elevados que dexan entre sí profundos barrancos” (A. J. Cavanilles). El escalonamiento de bloques da lugar a pequeños valles paralelos al litoral (Miravet, les Santes, barranc de la Magdalena) que constituyen valiosos enclaves ecológicos. Otro rasgo es el abigarrado contraste de moles carbonatadas (castillo de Montornés) y desnivelados bloques de rodeno (les Agulles de Santa Àgueda). Por su parte la finca carmelitana es un gran recinto natural, cóncavo, circundado de montañas que dejan una amplia abertura hacia el mar.

Las abruptas pendientes, la diversidad litológica y el buzamiento de los estratos alimentan la remoción en las laderas, especialmente las orientales, durante las tandas de lluvias extremas. Por ello, en algún sector “reyna tal desórden desde la raiz hasta la cumbre de los cerros y montes, tal multitud de enormes cantos acinados, sin union aparente y muchas veces sin tierra, que parecen efecto de violentas convulsiones… De aquí nace poca seguridad en los campos y en los ribazos que se levantan para contener la tierra, y mucho riesgo en los edificios. Esto obligó a los Padres Carmelitas á transferir su Convento á otro sitio más elevado y ménos expuesto: lo tenían ántes en una cuesta y en las cercanías de los manantiales con que regaban varias huertas dispuestas en gradería; pero viéndose expuestos á perecer por los freqüentes hundimientos, prefiriéron el nuevo sitio que hoy ocupan al antiguo, mucho mas agradable” (A. J. Cavanilles, 1795-97, I, 52).

 

“La multitud de vegetales que sostiene”

“En pocas partes del reyno se ve el suelo mas cubierto de vegetales; casi siempre inculto, no pone estorbo á que se multipliquen. La multitud de barrancos, el abrigo en unos y, en otros la humedad favorece la vegetación” (A. J. Cavanilles). La vegetación potencial del Paraje Natural del Desert de Les Palmes es un bosque mediterráneo de carrascas (Quercus rotundifolia) y alcornoques (Quercus suber) y, en enclaves muy favorables, robles (Quercus faginea). Por su parte los pinares (Pinus halepensis y Pinus pinaster) sólo formaban comunidades permanentes en las crestas más expuestas al viento, de fuertes pendientes y suelos margos y muy secos. Pero la vegetación climatófila del Paraje Natural se halla muy degradada por la secular presión humana (pastoreo, carboneo, abancalamientos, incendios, etc.), razón por la cual prosperan comunidades secundarias. En general, el pinar con matorral alcanza gran desarrollo en el macizo litoral.

Sobre suelos carbonatados, los carrascales constituyen la vegetación arbórea climatófila del macizo, acompañados de Rubia peregrina, Chamaerops humilis, Rhamnus oleoides (espino negro), Rhamnus alaternus (aladierno, etc). Quedan ejemplares aislados y pequeños bosquetes de Quercus rotundifolia en el Paraje Natural. La degradación del carrascal ha dado paso a los coscojares con lentisco, romero, brezo de invierno, aliaga, etc., y a la invasión de Pinus halepensis. Por su parte, sobre las arcillas y arenas rojas pobres en bases, se desarrolla un horizonte argílico óptimo para el alcornocal y sus etapas de sustitución de brezales (brezo, escobón negro, etc.) e incluso estepares (diferentes jaras). Existen ejemplares aislados de alcornoques, aunque el Pinus pinaster alcanza un gran desarrollo en el Paraje Natural. Finalmente, en las zonas más húmedas habría robles, de los que se han conservado algunos ejemplares cerca de la ermita de les Santes.

Así se ven largas lomas y cuestas cubiertas de madroños, cuyos frutos encarnados resaltan sobre la verde espesura de sus hojas. En los barrancos se levanta á ocho y mas pies la retama de flor, arbusto precioso por la hermosura, multitud y fragancia de sus grandes flores: es común la xara blanquecina y de Mompeller, el labiérnago, la adelfa, el romero, el guardalobos, palmitos, rosales y aliagas: en el antiguo convento hay hermosas palmas, y el ciprés de ramos horizontales: en las alturas se hallan pinos hasta la misma cumbre, y en la sombra de estos crecen plantas curiosas como la xara tuberaria, la efrasia amarilla, la escabiosa de flor blanca, la orquídea abortiva; y entre otras un cardo nuevo que es el glaucus de mi tercer tomo” (A.J. Cavanilles, 1795-97, I, 53).

Los primeros frailes carmelitanos recién establecidos en el Desert de les Palmes (finales del s. XVII) entendían que el lugar era bello y ameno aunque “quizá el único inconveniente era que, desde siempre, había sufrido muchos incendios”. El problema no desapareció, aunque se gestionó con el carboneo, una fuente de recursos para la comunidad (bien documentada en su archivo), y los nuevos abancalamientos. Con todo el riesgo persistía. A lo largo del siglo XX, el Paraje Natural ha registrado varios incendios de gran extensión (como en 1931, 1985, 1992).

 

Castillos, ermitas y masías

Desde el punto de vista agrario, el macizo fue y es un mundo marginal. No obstante, el Paraje Natural – además del recinto carmelitano del que se hablará después – contiene un variado y valioso patrimonio cultural que documenta formas humanas de habitar y explotar el macizo, de usar sus fuentes, de gozar de sus panorámicas “alpinas”. Hay recintos defensivos, ermitas, masías, abancalamientos, huertas, corrales, acomodados chalets y también símbolos paisajísticos culturalmente otorgados. Por tanto, el macizo – inmediato a los núcleos de Cabanes, La Pobla de Tornesa, Borriol, Castelló de la Plana y Benicàssim – fue también un espacio secularmente transformado, ordenado y vivido. Los actuales mosaicos paisajísticos – además de sus componentes naturales – también son una herencia de la larga presencia humana en estas sierras.

En la vertiente oriental del macizo, tres castillos islámicos (Miravet, Montornés y la Magdalena) dominan un extenso territorio litoral (caminos, alquerías, huertas, prados costeros, etc.). Dichos recintos, ocupados y reformados tras la conquista feudal, siguieron cumpliendo la misma función. Por su parte, en el alargado valle de Miravet, sobre una aislada mole rocosa casi inexpugnable, se halla el castillo de Sufera, un hábitat propio del incastellamento de los tiempos oscuros (Guichard y Bazzana). En el macizo también hay antiguas ermitas en lugares de grandes calidades paisajísticas. Entre ellas, sobresale la de les Santes, de fundación medieval (s. XIV) y renovación barroca (s. XVII). El conjunto arquitectónico y el entorno natural – un lugar identitario para los vecinos de Cabanes – es uno de los recintos más privilegiados de todo el Paraje Natural, “una clota ombrívola, verda y feréstega” (F. Esteve).

A lo largo de los siglos XVIII, XIX y principios del XX, las laderas del Desert de les Palmes fueron objeto de árduas labores de colonización agraria (rompimientos de tierras, abancalamientos, etc.) por parte de las gentes de las poblaciones inmediatas. La periferia del macizo se fueron agrarizando; viñas, algarrobos y olivos fueron escalando las faldas de las sierras. Todavía a principios del siglo XX, Manuel Peris – propietario del gran chalet de la Font Tallada – plantó olivos en la inmediata ladera al pie de les Agulles de Santa Àgueda, una transformación que sigue impresionando por la dimensión de la empresa. Obviamente, estos trabajos fueron acompañados de cierta dispersión del poblamiento (nuevas masías), en algunos casos de acomodados propietarios que residían aquí durante el verano.

 

El paisaje carmelitano

Desde la conquista cristiana, el macizo costero era una privilegiada atalaya, pero con apenas población en alguna masía, ermita o molino hidráulico. Precisamente por su condición de desierto humano, la ladera oriental del Bartolo – enmarcada entre les Agulles de Santa Àgueda y el castillo de Montornés – fue adquirida en 1691 para la fundación de un desierto carmelitano, que tomaría la denominación de las Palmas por los abundantes Chamaerops humilis. Era un lugar bello donde se recolectaba “trigo, vino, garbanzos y otras legumbres, frutas y hortalizas, y donde los pastos eran abundantes…”. De inmediato comenzaron las obras del convento y se acondicionaron el huerto y otras terrazas de cultivo. En 1709 se iniciaron las prácticas eremíticas en la Santa Montaña.

En aplicación del Definitorio general carmelitano, el recinto de la laura – delimitado por una cerca, con sus porterías alta y baja – gravita en torno a un oratorio, alrededor del cual se dispusieron el convento y las ermitas, los antros, pilares y otras construcciones devocionales y productivas, con un camino como eje estructurante. Los frailes –dedicados al retiro, la soledad, la oración y la contemplación en medio de un valioso enclave natural – lo dotaron de símbolos de la espiritualidad carmelitana y de hagiotopónimos de eremitas que poblaron las soledades del desierto de la Tebaida en el Egipto protocristiano. De otra parte, la urbanización barroca desde la portería baja hasta la Ermita de San Miguel (en el Bartolo) es también una perfecta alegoría de la subida al Monte de Perfección sanjuanista que invita a la práctica ascética del itinerario de purificación que, a través del camino estrecho y la senda angosta, conduce a la cima “donde mora la honra y la gloria de Dios” (E. Martínez de Pisón). El lugar, que recuerda al Monte Carmelo del otro lado del Mediterráneo, es una casa de silencio, solitaria “en medio de la naturaleza, en armonía ecológica, en un valle fértil rodeado de montañas que invitan a la transcendencia”.

“Sin embargo, la culminación del cerro monacal y su apertura al mar se encuentran hoy muy alteradas, en un extremo por antenas que buscan las elevaciones y en el otro por urbanizaciones que se implantan en las costas. Aparecen, pues, como en tantos otros sitios, otras tendencias disonantes, poco protectoras, más poderosas en la actualidad que la lírica, la mística y los paisajes de valores visibles y escondidos…Mirando la cima del Bartolo, plagada de antenas, tan parecida en su forma física al dibujo de San Juan de la Cruz y recordando el remate de éste en el gráfico (“solo mora en este monte la gloria y la honra de Dios”), tan cargados de sentido, es evidente que el símbolo ha quedado llamativamente destronado por los ídolos acústicos…El valor queda oculto y la fealdad visible; el poeta está escondido y la incultura ostentosa” (E. Martínez de Pisón, 2009).

 

Otros valores

Desde mitad del siglo XIX el cese de la clausura y la apertura de las porterías –en aplicación de las disposiciones de exclaustración– permitió la entrada al Desierto de visitantes que no necesariamente conocían el símbolo de la Santa Montaña, ni el significado de los hagiotopónimos, ni la estructura de la laura. No obstante, sus percepciones fueron agregando nuevos valores paisajísticos al Desert de les Palmes. He aquí una muestra de los otorgados hasta los años treinta del siglo XX.

Desde la perspectiva romántica, el lugar no era “notable por lo monumental, sino lo pintoresco, no por su construcción sino por su situación, no por el arte sino por la naturaleza” (T. Llorente). Frente al mundo de la Plana, se alzaba la montaña, un paisaje sagrado donde moraba la virtud. Esta imagen romántica evolucionó hasta convertir el paraje en la sierra de la Plana que aportaba carácter e identidad a la ciudad de Castellón. El macizo era un cuadro polícromo de atractiva naturaleza (les Agulles de Santa Àgueda, la Font Tallada, el valle “alpino” de Miravet). Los entornos del Desert se convirtieron en estudio de fotógrafos y pintores, materia de publirreportajes evocadores de la soledad y del silencio de un “paisaje extraordinariamente hermoso á la luz ardiente del sol; poéticamente encantador alumbrado por la clara luna; e imponentemente sublime bajo el estrépito de la tempestad” (C. Sarthou).

Desde principios del siglo XX, el Desert fue meta asidua de excursionistas que pretendían gozar de la amenidad del paisaje y del gran espectáculo de la naturaleza. El excursionismo docente también encontró aquí el aula de la naturaleza que a cada paso proporcionaba valiosos recursos didácticos. A su vez, el Desert –pintoresco, ameno, sublime– emergía como destacado aliciente turístico; importaba construir una carretera desde Benicàssim, -las obras se iniciaron en 1928 y aún proseguían en 1936- para hacer accesible “un estupendo paraje, el mejor parque que tiene la Plana, un balcón inmejorable sobre el mar y la Plana”.

En aplicación de la ley de Parques Nacionales (1916), se solicitó la declaración como Sitio Nacional de les Agulles de Santa Àgueda (por sus cualidades geológicas y agrestes y por su proximidad al recinto carmelitano). La propuesta no prosperó. Poco después (1928) el pintor Porcar –ante las amenazas que intuía- defendió que el conjunto Montornés-Desert-les Agulles-les Santes fuera incluido entre los Sitios Notables, protegiendo flora y fauna. Ante las expectativas urbanizadoras entendía que el conjunto era un bien social necesitado de protección y propuso declararlo bosque nacional en atención a sus valores naturales, estéticos y sociales.

 

Joan F. Mateu
Departament de Geografia
Universitat de València

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Fotos

Vista aérea del Desert de les Palmes (foto ESTEPA).Ermita de la Madalena y castillo (foto Pep Pelechà).Desert de les Palmes (foto Pep Pelechà).Vistas desde el Desert de les Palmes (foto Pep Pelechà).Desert de les Palmes. Monasterios, Ermita de la Madalena (foto Pep Pelechà).Desert de les Palmes (foto Pep Pelechà).Monasterio antiguo (foto Pep Pelechà).Agujas en el Desert de les Palmes (foto Pep Pelechà).Desert de les Palmes (foto Pep Pelechà).

Mapas

Citas

E. Martínez de Pisón (2009). "Valores escondidos de los paisajes. Calidades ocultas de la ascensión a la montaña", 40.

“El notabilísimo Desierto de las Palmas está situado en los relieves casi litorales de Castellón –como reflejo del Carmelo del otro lado del Mediterráneo–, y en él se enclava y materializa el símbolo del Monte Carmelo espiritual, con grandes calidades paisajísticas. Las que tiene el lugar, patentes, y las latentes, como plasmación real del Carmelo”.

P. Alfonso Ruiz (2004). La Soledad sonora, sp.

“En la tradición carmelitana se llama desierto a la casa que se funda en sitio solitario para dedicarse en ella totalmente a la contemplación...No sobra decir que todos los desiertos estaban en lugares singularmente dotados por la naturaleza de una espléndida belleza”.

T. Llorente (1887). Valencia, 221.

“No busquéis en el Desierto de las Palmas primores de arte; el monasterio encumbrado en esta tierra no es notable por lo monumental, sino por lo pintoresco; no por su fábrica, sino por su situación. Estos montes escabrosos y rudamente accidentados, como pertenecientes a la formación triásica... son los últimos y más avanzado baluartes de la Cordillera Ibérica que viene a morir a orillas del Mediterráneo”.

P. Pedro de Brizuela (1915). El Desierto de las Palmas, 23-24.

“Desde este momento estamos en la finca de los carmelitas. Una hora más de subida y habremos llegado. A medida que vamos avanzando, el paisaje es más hermoso. El camino serpentea entre pinares, pasando aquí y allá entre riscos y breñas.. Los árboles son cada vez más hermosos y el viandante divisa a su frente pequeñas construcciones, enjalbegadas en la espesura o posadas en lo alto de algunas prominencias: son las ermitas que visitaremos más tarde.
Sigamos subiendo. Ved a mano derecha una gran balsa para el riego y más abajo una explanada plantada de naranjos... Sigamos avanzando. Recorremos ahora un camino quebrado, que zigzaguea entre pinos, algarrobos e higueras. He aquí el Convento”.

F. Esteve (2003). En la claror de l’alba. Uns començos difícils, 112.

“Arqueològicament, d’aquella segona excursió a les Santes no val la pena parlar. En canvi, tant Porcar com jo alguna vegada recordàvem i parlàvem d’ella. Potser pels atractius que trobàrem en aquella clota ombrívola, verda i feréstega, amb la frescor de l’aigua corrent per les espeses i bladanes mates de falaguera; per la curiosa font intermitent del Bon Succés, per l’estrany i caòtic amuntegament de pedrots i trencalls de rodeno, que és el penya-segat del Roqueral… o per aquell molinet pobretó, que sembla tret d’un pessebre, o potser per l’engolidor que li vaig mostrar al mig del torrent”.

A. Sánchez Gozalbo (1961). “Paisatge carmelità”, III Acampada del Regne de Valencia. Desert de les Palmes, p. 28.

“A les darreries del segle XVII edificaren els frares el primer convent al replà que hi ha passat el Salandó. Un seisme l’enderrocà i encara avuí es poden veure els fonaments i restes de murs. Més encertats estigueren en edificar el segon convent, l’actual, al replà de més amunt, al recer del Montornés. Tammateix la seua pobresa, exigida per l’Ordre carmelitana, harmonitza amb els seus voltants, on a orri creixen els pins pels turons i vessants. Uns vellutats i gegantins xiprers engarlanden el camí d’entrada…”

P. Pedro de Brizuela (1915). El Desierto de las Palmas, 25
Letrilla de un azulejo en la entrada al Convento Carmelitano

“Hermano, una de dos,
o callar o hablar con Dios,
que en el yermo de Teresa
el silencio se profesa”

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