Paisajes agrarios

El Norte valenciano

Muros de piedra sobre piedra

Las altas sierras y muelas, los repetidos corredores y cañadas, y los profundos congostos del norte valenciano recuerdan el esqueleto descarnado y devastado por la erosión de que habla Platón en el Critias. A menudo por estos desiertos tambien aflora más roca madre que tierra fértil. Esta escasez de suelo ha sido suplida por siglos de actividad humana: las gentes han removido el pedrerío a espuertas y con él han levantado los márgenes de las parcelas de cultivo y los muros de las casas; han tabicado norias, han cerrado parcelas y acotado las fincas. Incluso han inventado espacios productivos casi imposibles. Lo han hecho con cuanto disponían: piedra, brazos y destreza. Así, aunque los afloramientos rocosos siguen siendo la matriz geológica del medio rural, la piedra sobre piedra constituye una marca del alcance de la secular manufactura humana en estas ásperas y secanas tierras. Los habitantes de estos lugares, haciendo de la necesidad virtud, remodelaron su entorno natural hasta conformar los espacios agropastoriles y el ámbito de lo común y doméstico. Y lo hicieron con criterios productivos mediante el uso de piedra y argamasa en unos casos y, sobre todo, con la técnica de la piedra seca (a esta última modalidad se refieren estas páginas).

El arte de aparejar la piedra en seco – fruto de la experiencia de muchas generaciones en la cuenca mediterránea – utiliza una materia prima muy abundante y consigue una variada tipología de construcciones admirables. La técnica, inspirada en el principio de la economía y la claridad geométrica y adaptada a las necesidades cotidianas del mundo rural, consiste en la superposición de hiladas de piedra sin argamasa. No hay piedra mala y toda tiene su sitio en el muro. El objetivo del experto constructor es conseguir la máxima estabilidad, para lo cual selecciona, coloca y traba cada una de las piedras, incluso devastándolas levemente. El oficio de la piedra seca exige intuición y adaptación al material, incorporación de huecos, atención a la pendiente del talud, etc.

En numerosos sectores del Maestrat y Ports, las construcciones de piedra seca -que alcanzan gran visibilidad – les otorgan una destacada dimensión pétrea. “Sin mortero ni cemento, miles de kilómetros de muretes trazan las curvas de nivel en el empinado campo mediterráneo. La piedra seca es el espinazo de nuestro mundo rural ancestral… Es el románico campesino, un arte humilde y magnífico, sólidamente coral y anónimo” (R. Folch). Esta arquitectura difusa – “un testimonio de una epopeya popular, anónima, enorme” (J. M. Espinàs) – es un legado, un patrimonio heredado de generaciones que dedicaron “muchos jornales a construir y reparar los ribazos o murallones de sus campos” (A. J. Cavanilles). En la actualidad esta labor de arquitectura popular, mayoritariamente del reciente pasado, se halla amenazada de deterioro y destrucción porque el mundo rural, que lo levantó y reparó, ha experimentado un cambio profundo y muy rápido, y se ha cruzado la frontera del no retorno. Esta manufactura de piedra seca constituye una traza dominante en muchos parajes con variadísimas tipologías arquitectónicas (campos aterrazados, muros, casetas, norias, márgenes de caminos, etc.) levantadas por unas gentes que nada dejaban al azar.

 

Los muros de contención

En las tierras septentrionales valencianas, – escasas en suelos profundos -, el proceso de transformación de antiguos bosques, maquias y eriales en campos de cultivo fue lento, avanzando desde los mejores nichos ecológicos hacia tierras “ariscas e indóciles” cada vez más marginales. El proceso de apropiación y roturación de tierras se intensificó durante el ciclo de crecimiento demográfico de los siglos XVIII y XIX. La ocupación de nuevas tierras de cultivo implicó además una mayor dispersión del poblamiento, una reordenación de los espacios forestales y pastoriles, una notoria agrarización del mundo rural y una mayor segmentación del paisaje. Esta colonización exigió brazos, muchos brazos, para transformar eriales de suelo escaso y rocas abundantes en campos productivos.

El rompimiento de tierras, cada vez más marginales y más rocosas, precisaba del despedregamiento de la parcela y su posterior transporte y colocación en muros y márgenes de piedra seca. Los trabajos continuaban con el aterrazamiento de la ladera y construcción de muros de contención. Estas paredes de piedra seca – elásticas y permeables, de base más amplia que la coronación – tenían un sólo paramento levantado con las piedras mayores, mientras el ripio servía para el relleno interior. El resultado era el abancalamiento escalonado de una ladera, adaptado a las curvas de nivel; los campos culminantes solían ser los más estrechos y con los muros más altos. Normalmente, como medida antierosiva, la pared acababa un poco por encima del nivel del suelo del bancal superior. Si había piedra excedente, se podían construir pedregales. Posteriormente cuando se requería, se reparaban las posibles caídas y colapsos de muros ocasionados por lluvias extremas y escorrentías concentradas. En ocasiones, estos márgenes de los campos cultivados incluían algún abrigo con capacidad para una o dos personas. La comunicación vertical entre los campos se resolvía con diversos tipos de escalones, rampas, etc.

El manejo de los flujos de escorrentía en laderas cóncavas es una actuación básica para preservar la estabilidad de los muros de contención. A menudo, el muro se dispone en arco para distribuir mejor los empujes del agua. En otros casos se abre una zanja lateral para frenar la concentración de los flujos superficiales en la vaguada. En áreas encharcadizas (y potencialmente inestables para los muros de contención) se opta por caños o drenajes subterráneos (una técnica muy alabada por A. J. Cavanilles).

 

Muros de delimitación de doble cara o paramento

La abundancia de piedras, unida al sentido de propiedad, a la necesidad de acotar usos dentro de una posesión, se ha plasmado en muchísimos kilómetros de paredes de piedra seca con doble cara o paramento, de metro a metro y medio de altura, rematadas por una pasada final de piedras verticales. Los muros – iniciados sobre un pequeño fundamento excavado – deben ser ligeramente más anchos por la base, y de tanto en tanto, se colocan alguna piedra tan ancha como la misma pared para que estabilice los dos paramentos entre ellos. Entre las piedras quedan pequeños agujeros por donde pasa el aire durante los temporales y los preserva de vuelcos.

Estos muros – muy desarrollados en áreas de aprovechamientos mixtos agropastoriles – permiten ordenar la conflictividad de las actividades agrícola y ganadera. Muros marginales acotan los caminos ganaderos y separan el camino de los campos cultivados. Para acceder a los campos hay aperturas en los muros que se cierran con una puerta de una o dos hojas hechas de troncos. En ocasiones los lindes de la posesión de la masía se marcan con un gran cercado de piedra seca de doble paramento. A su vez dentro de la finca también puede haber alguna cerrada para el pasto del ganado de la masía. En todos los casos hay siempre una apertura de acceso con alguna elemental puer ta de troncos de madera. A otra escala, algún tramo de límite municipal también se ha marcado con este tipo de murete. En cualquier caso, “la continuidad y rectitud de estos muros, paralelos o perpendiculares a la ladera, y su desmesurada longitud dibujan a escala natural un tipo de mapa de propiedades que humanizan y construyen paisajes espectaculares en las tierras interiores del norte valenciano” (García Lisón-Zaragozá Catalán). Los muros de delimitación son expresión de la aguda valoración social del espacio productivo.

 

Barracas y casetas

El norte valenciano se caracteriza por la secular dicotomía del poblamiento concentrado en villas y lugares, y el disperso de las masías. Este rasgo paisajístico, que se acentuó a lo largo de los siglos XVIII y XIX, se completa con casetas de piedra seca en algunos sectores, que servían de refugio temporal de agricultores y pastores en caso de lluvia o tormenta, o para protegerse del frío y calor. Las barracas y casetas de pastor – de variadas tipologías, irregular localización y variadas denominaciones locales – son las obras mayores de la piedra seca.

Los trabajos de transformación de lejanos y pedregosos eriales en tierras de cultivo solían incluir estas construcciones que muestran un gran dominio en las técnicas constructivas. La barraca – aislada, integrada o adosada a una pared – es de propiedad privada, pero en caso de necesidad podía utilizarla cualquier vecino. Servía de refugio a personas y animales, sin que se observe ninguna separación interior. Consta de una pared de planta circular, cuadrada o rectangular – que generalmente no rebasa los 1’5 m de altura y 8’5 de diámetro -, y sobre la cual “se construye una cúpula cónica o parabólica por aproximación sucesiva de hiladas horizontales de piedras planas muy trabadas entre ellas” (García Lisón-Zaragozá Catalán) que forman la vuelta de coronación de la caseta. En el umbral de la puerta se utiliza una gran piedra de linde o algún tipo de vuelta. En el interior apenas un banco para el fuego, otro para descansar, el pesebre y algún pequeño armario abierto. En ocasiones, la caseta solía acompañarse de cisterna.

Junto a las casetas construidas en las parcelas de cultivo, también las hay en el espacio ganadero de cerradas o de monte abierto, con una distribución muy irregular para refugio del pastor. Las características constructivas de las casetas de pastor no varían; el pequeño portal suele estar orientado al sureste para resguardarse del viento frío y desapacible de tramontana. En alguna ocasión las casetas son de grandes dimensiones para refugio del ganado; en otros casos, se acondicionan con piedra seca una balma o el ruedo de un árbol para corraliza ocasional del ganado.

En las tierras de olivos del norte valenciano, estas casetas de refugio – en ocasiones denominadas rafal – utilizan para la cubierta troncos a modo de vigas que soportan el peso de losas calcáreas, sobre las cuales hay una capa de mortero que termina con la cubierta de teja o grava a una vertiente. El espacio interior es único, con parecida disposición de los paramentos a las anteriormente descritas.

 

Paisajes de piedra seca

En las tierras septentrionales valencianas, los centenares de kilómetros de muros de contención de piedra seca que dan vida a sobrios parajes de marcada matriz pétrea, hablan también del exacerbado individualismo y pobreza de los habitantes. Sin embargo el paisaje de piedra sobre piedra no es homogéneo; a grandes rasgos, hay ciertos matices entre las tierras más cercanas al mar y las más próximas a la raya de Aragón. En el primer caso, dominan las arquitecturas construidas por una sociedad que estaba colonizando nuevas parcelas para la extensión de cultivos (viñedos, algarrobos, cereales, olivos, pequeñas huertas) a costa de antiguas dehesas y eriales de propios. Esta inmensa operación ha otorgado el dominante carácter agrario a los actuales paisajes de las llanuras litorales y de los corredores prelitorales. Por su parte, en las tierras más altas la colonización agraria no eliminó cierta economía ganadera extensiva: la coexistencia de ambas actividades exigió un mayor acotamiento de espacios mediante la profusión de muros de piedra seca divisorios que – junto con las casetas de pastor – otorgan carácter a estos otros parajes.

En las décadas más recientes, se han inventariado centenares de construcciones y se han difundido los valores de este difuso patrimonio del norte valenciano. Como no es posible una presentación sistemática de tantos parajes – bien documentados por el compromiso cívico de tantos estudiosos – sólo citaré algún área emblemática de ambas modalidades de colonización.

a) La arquitectura rural de piedra seca se extiende por los parajes litorales y prelitorales. Además de los muros de contención y sus complementos, en algunos casos se añaden barracas, casetas y otras construcciones del pasado reciente (p.e. Càlig, Cervera, Santa Magdalena, Canet, Rossell, Tírig, Albocàsser, etc.). En general sorprende el buen oficio de los expertos constructores, la dimensión del trabajo y la integración de los elementos en el paisaje. En algunos parajes, además de las construcciones, aún se mantienen en cultivo las mismas plantaciones coetáneas (p.e. olivos).

El incansable V. Meseguer (2006) inventarió la arquitectura popular de la partida de les Sotarranyes de Vinaròs, un paraje de gran atractivo por la dimensión de un conjunto que prosigue en la partida de Garroferet de Sant Jordi. Allí la colonización agraria se desarrolló en un área de costras calcáreas muy superficiales que exigieron numerosos brazos para su transformación en tierras de cultivo (primero viñedos y posteriormente algarrobos). En Sotarranyes sorprende la enorme dimensión de los márgenes de los campos (necesaria para almacenar las costras) y la cantidad (170) y dimensión de las barracas y refugios integrados en los mismos márgenes. Por la volumetría y solidez de estas construcciones y por la presencia en sus proximidades de pequeños pozos cubiertos, estas barracas eran susceptibles de convertirse en refugio para el agricultor y su caballería durante varios días para las labores de la finca.

b) En las tierras altas, los parajes de piedra seca evocan la secular coexistencia de espacios ganaderos y espacios agrarios con rasgos constructivos específicos, que otorgan gran diversidad y riqueza a los conjuntos. En los primeros predominan los muros que cercan las áreas de pastos, las cañadas (azagadores) y descansaderos, y las pequeñas casetas de refugio del pastor. Por su parte los agricultores aplican mayor dedicación a la construcción de muros de contención y protección de parcelas, casetas y refugios, pozos y otros elementos complementarios. Ambas tradiciones han manufacturado la piedra seca en el interior valenciano y han dejado su huella en Morella, Cinctorres, Castellfort, Ares, Vilar de Canes, Benefigos, Vistabella, etc. A modo de ejemplo, se cita algún paraje de Vilafranca, objeto de diversos estudios y de una valiosa apuesta museística.

En las cercanías de Vilafranca, se identifican muy diversas aplicaciones de la piedra en seco. Así en las abruptas – pero abrigadas – vertientes del barranco de la Fos, los abancalamientos estrechos y escalonados, siguiendo las curvas de nivel, evocan la verdadera colonización agraria de eriales, en el pasado reciente, en su afán por construir un espacio productivo casi imposible: altos muros de contención derruidos separan las estrechas y alargadas parcelas, ahora totalmente abandonadas. Por su parte el antiguo Bobalar – un bien de propios, cercado y destinado a pastos – sigue siendo en parte de titularidad pública y en parte se ha parcelado en alargadas parcelas transformadas en cultivo. Por ello, el Bobalar de Vilafranca es una eclosión de arquitectura popular (casetas, refugios de pastor, pozos, y metros y metros de paredes que delimitan usos y propiedades, caminos, etc.). En la partida de les Virtuts se concentra la mayor cantidad de construcciones de piedra seca, del término municipal.

 

Paisajes de vida

La arquitectura de la piedra sobre la piedra es una de las mayores intervenciones antrópicas en el norte valenciano. Sin embargo, muchas laderas, que jugaron un papel productivo crucial en el pasado reciente de estas villas, posteriormente fueron perdiendo su función agrícola o ganadera y se fueron abandonando. En los abancalamientos de difícil mecanización, ha habido un acelerado avance de la regeneración vegetal, el desmoronamiento de muros de contención y la formación de brechas, acanaladuras y cárcavas, y una pérdida de la diversidad paisajística. Se ha instalado una frágil dinámica natural propia de los campos abandonados.

Mientras tanto, se ha producido un reconocimiento social de los valores del paisaje de piedra en seco. Esta arquitectura popular – valioso legado del mundo rural – otorga carácter a un paisaje construido mediante un hercúleo diálogo de naturaleza y cultura. Importa inventariarlo y catalogarlo para desarrollar políticas de mantenimiento, difusión y custodia de un paisaje humilde y magnífico.

 

Joan F. Mateu
Departament de Geografia
Universitat de València

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Fotos

Cerca de Ares del Maestre (foto Adela Talavera).Vistas en Ares del Maestre (foto Adela Talavera).Cerca de Villafranca del Cid (foto Adela Talavera).Construcciones de piedra seca (foto Adela Talavera).Construcciones de piedra en seco en Villafranca del Cid (foto Adela Talavera).Muros de piedra seca en Ares del Maestre (foto Adela Talavera).Paredes de piedra seca en Villafranca del Cid (foto Adela Talavera).Muros de piedra seca en Villafranca del Cid (foto Adela Talavera).Els Ports (foto Adela Talavera).Puente de piedra en seco en el Barranc dels Molins, Ares del Maestrat (foto ESTEPA).

Mapas

Citas

M. García Lisón (2004). “Pórtico”, Arquitecturas de piedra en seco, p. 15.

“La arquitectura de la piedra en seco no está muerta, como algunos creen, ni siquiera está en vías de extinción. Conocerla es protegerla y en consecuencia salvaguardarla”.

A. J. Cavanilles (1795-97). Observaciones del Reyno de Valencia, I, IX.

“Y quando practicadas todas la diligencias posibles no pueden lograr riego, (los valencianos) entónces redoblan sus esfuerzos, y roban á la naturaleza inculta los eriales, convirtiéndolos en campos útiles: suben hasta lo mas alto de los montes para reducirlos á cultivo; y así en varias partes del reyno se ven portentos de industria en aquellos sitios, que parecian destinados á una esterilidad perpetua”.

Carta de Peníscola (2000). Sobre las arquitecturas y paisajes de piedra en seco.

“El reconocimiento de la misteriosa presencia de la arquitectura,
o del monumento histórico, en un amontonamiento de piedras es
un fenómeno del mundo contemporáneo. El asombro ante los muros de piedra en seco, ante las barracas, o ante los paisajes construidos ha surgido en los últimos años de forma simultánea, en diferentes paises, entre investigadores sin comunicación entre si”

Bibliografía

GARCÍA LISÓN, M. y ZARAGOZÁ, A. (1983).

“Arquitectura rural primitiva en secà”, Temes d’Etnografia Valenciana, I, València, Institut Alfons el Magnànim, pp. 119-179.

JARQUE, et al. (2001).

L’home i la pedra, València, Publicacions de la Universitat de València, 47 pp.

MARTÍ TOMÁS, M. A. (2007).

La pedra en sec a Benafigos, Castelló, Diputació de Castelló, 118 pp.

MESEGUER, V. (2006).

Arquitectura popular de pedra seca al terme de Vinaròs, Vinaròs, Centre d’Estudis del Maestrat, 167 pp.

MIRALLES, F. et al. (2002).

Els homes i les pedres. La pedra seca a Vilafranca: un paisatge humanitzat, Castelló, Diputació de Castelló, 181 pp.

VV. AA. (1997).

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