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La Tinença de Benifassà - Paisajes Turísticos ValencianosPaisajes Turísticos Valencianos

Paisajes de montaña y forestales

La Tinença de Benifassà

Un país tan montuoso y tan vestido de vegetales

La Tinença de Benifassà, en el límite con Catalunya y Aragón, abarca un sector de tierras altas (por encima de los 1100 m) y una depresión o cuenca intramontana rodeada por “altos montes calizos, cubiertos de nieve en el invierno, los quales se introducen en el interior de ella, alternando con profundos barrancos, y dexan algunos pedazos para la agricultura” (Cavanilles, 1795-97, I, 2). Casi en el centro de la Tinença se halla el monasterio de Benifassà que, hasta la desamortización, fue señor de la Setena (el Boixar, el Bellestar, Castell de Cabres, Bel, Coratxà, Fredes, la Pobla). Estos lugares – de corto vecindario durante siglos – han sufrido una grave crisis demográfica en el siglo XX, hasta la casi extenuación.

En realidad, el paisaje de la Tinença proyecta una doble imagen. Por una parte, es un valioso recinto natural, próximo al mar, que a la biodiversidad ambiental mediterránea agrega presencias biogeográficas submediterráneas e incluso eurosiberianas, especies faunísticas protegidas, enérgicos modelados fluviocársticos, y singulares nichos ecológicos. De otra parte, es un desierto demográfico que ocupa “lo peor del reyno”, “sembrado de peñas”, de largos y rigurosos inviernos, de “suelo ingrato”, marginal y de difícil accesibilidad. Esta doble valoración se amplia por la venerable condición de constituir nuestro “norte particular”, que evoca las etapas fundacionales del reino de Valencia.

 

Un “país montuoso”

La Tinença – una zona de transición de la cordillera ibérica a la costero-catalana– forma parte de un vasto macizo calcáreo que a su vez es divisoria de aguas: el sector septentrional – topográficamente culminante y más continental – drena por los ríos Tastavins y Matarranya hacia el Ebro, y el resto, que mayoritariamente coincide con la cuenca intramontana de Benifassà, vierte por el Sénia hacia el mar. En el primer ámbito, donde se localizan Castell de Cabres, Boixar, Coratxà y Fredes (en parte), dominan las muelas y cerros, y las canales u hoyas. El segundo sector, de formaciones más quebradas, corresponde a una estrecha y compartimentada depresión alargada – en cuyo seno se localizan los núcleos de la Pobla, el Bellestar y el monasterio – enmarcada por elevadas sierras y pronunciadas cuestas. La alternancia de estratos duros y blandos de ambos sectores da lugar a muelas, cantiles, balmas y saltos, alternantes con taludes y acumulaciones de derrubios. A menudo la toponimia alude a estas morfologías, que alcanzan dimensiones espectaculares en el Retaule, la Tenalla y el Salt.

El predominio de rocas carbonatadas fracturadas y diaclasadas favorece el modelado cárstico (lapiaces, cuevas, balmas, galerías, tobas y travertinos, etc.) y la circulación subterránea a través de los acuíferos (fuentes, surgencias, etc.). Las manifestaciones fluviocársticas alcanzan relevancia en diversos congostos (estrets), especialmente en los tramos cercanos al embalse de Ulldecona y en las inmediaciones del Bellestar. El Sénia, río efluente del acuífero de Benifassà, aseguraba el funcionamiento de 39 molinos, 4 batanes y 2 martinetes (Madoz). Desde finales de los años sesenta del siglo XX, el río está regulado por la presa de Ulldecona.

Cavanilles ya constató la rápida mudanza del “temperamento (clima) y producciones” desde “las alturas del Boixar, Castell de Cabres, Corachá y Fredes” que sólo permitían sembrados de trigo, hasta las tierras más abrigadas de la Pobla y Bellestar donde “crecen almendros, cerezos, nogales, manzanos y otros frutales. Ya no se ven el erizo, el esparto plumoso y otras plantas que anuncian paises destemplados…” Hay dos pisos bioclimáticos en la Tinença, matizados además por la humedad edáfica y la exposición, un rasgo muy enfatizado en la toponimia de la Tinença (solana y umbría).

Según Viciana (1563), el monasterio estaba edificado “en tierra muy sana por tener los ayres por todas partes muy serenos y limpios, por passar por montes y yerbas oliorosas y medicinales, de las quales por toda aquella parte hay grande abundancia. Y también está puesto entre dos extremos que son frío y calor; porque si se sube una legua mas arriba es siempre invierno, y si baxan una legua que es a la fuente de sant Pedro… casi siempre verano”. En conclusión, el lugar no recibía “pesadumbre alguna ni por inviernos tempestuosos ni agostos calurosos”.

 

Un país “vestido de vegetales”

La compartimentación y marcados desniveles del relieve, las variadas orientaciones de las laderas, las diversas disponibilidades hídricas y el retroceso de la presión antrópica favorecen la presencia de numerosas comunidades vegetales, endemismos rupícolas y, sobre todo, pervivencias de especies submediterráneas, muy adaptadas a la diversidad de los nichos ecológicos. La Tinença que ofrece “paisajes agrestes, aislados, poco conocidos y de una belleza casi imperceptible” (Costa, 1986, 144), es un valioso reducto de biodiversidad. De entrada, se identifican cuatro tipos de vegetación: bosque mediterráneo, bosque mixto submediterráneo, bosque de ribera y prados de montaña.

En algunas áreas de la Tinença (p.e. en la solana entre el Bellestar y el Boixar), el bosque mediterráneo –con matices continentales y subhúmedos–, alcanza un óptimo estado de conservación. La formación es densa, presidida por la carrasca (Quercus rotundifolia) acompañada del enebro (Junisperus oxicedrus), la sabina negra (Junisperus phoenica), y otras especies del estrato subaéreo y del estrato herbáceo muy desarrollado. En las umbrías y en los nichos más frescos, también hay quejigos (Quercus faginea).

A medida que va ganando altura y humedad esta formación mixta mediterránea se combina con pino albar (Pinus sylvestris) y algunas especies submediterráneas refugiadas en estos parajes. Entre otros, boj (Buxus sempervirens), tejo (Taxus baccata), acebo (Ilex aquifolium), olmo de montaña (Ulmus galbra), sabina albar (Junisperus thurifera) o rebollo (Quercus pyrenaica). También hayas (Fagus sylvatica), una presencia genuinamente eurosiberiana acompañada de la prímula, etc. Esta gran diversidad ya fue observada por Cavanilles (1795-97, I, 2): “En los elevados montes crecen hayas y pinos; de estos se ven con freqüencia espesos y dilatados bosques, siendo los mejores los de la Val-Sarguera y Mas d’en Roda… Hay un bosque inmenso de box en las cercanías del pueblo por eso llamado Boixar”. En las partes culminantes, hay prados de montaña, con Festuca y Poa, la genciana (Gentiana lutea) y los erizos o cojín de monja (Erinacea anthyllis). Donde los suelos son más profundos y frescos, los prados de montaña fueron transformados en tierras de cereales (hoyas y canadas).

En las márgenes fluviales se desarrolla la vegetación de ribera que contrasta con las laderas inmediatas (en los nichos más abrigados ya aparecen especies termomediterráneas que “anuncian paises más templados”). En las márgenes fluviales aparece la sarga (Salix eleagnos ssp. angustifolia), el sauce (Salix alba), el taray (Salix cinerea ssp. oleifolia) o el saúco. También hay fresnos, aladiernos, chopos, olmos, etc.

La Tinença es una reserva de biodiversidad florística con numerosos endemismos, y hábitat de una fauna rica y variada desde pequeños mamíferos hasta el jabalí, la gineta, el zorro y la cabra montés (Capra pyrenaica hispanica). También la población de aves es muy diversas (desde diversos tipos de águilas y buitres, hasta pequeños pájaros).

 

Lo “peor del reyno”

La Tinença ocupa “lo peor del reyno”. Con esta lacónica valoración, el fisiócrata Cavanilles resumía las limitaciones del medio natural de la Setena para el desarrollo de la agricultura. A pesar de ello, los trabajos de los humanos fueron transformando un medio inhóspito en paisaje rural de montaña mediterránea. La mayor colonización agraria extensiva se alcanzó en los siglos XVIII y, sobre todo, XIX, a la misma vez que se conseguían máximos demográficos. Esta larga etapa de crecimiento poblacional y de intensificación productiva, con sus crisis recurrentes, dejó una huella notable en el abancalamiento de tierras –cada vez más alejadas y marginales–, en la dispersión del poblamiento (e incremento del número de masías y de masoveros), y el retroceso de las masas forestales (sacas de madera, carboneo, etc.). Pero, desde principios del siglo XX, este ciclo extensivo se fue quebrando por agotamiento del modelo productivo y por su inadaptación a las nuevas pautas productivas (especialmente la industrialización, el auge de las ciudades, etc.). El proceso de adaptación social fue drástico, con acelerados cambios antropológicos que fueron analizados por J. F. Mira, y con destacadas transformaciones paisajísticas. Hoy el colapso del mundo rural de la Setena alcanza un notorio impacto en el paisaje, donde abundan elementos híbridos con componentes relictos y deteriorados de la etapa de colonización agraria, atrapados por los derivados de los actuales procesos de regeneración natural.

La estructura del poblamiento de la Tinença, aparte del monasterio, combina pueblos y masías. Los pueblos de la Setena proceden de granjas dispersas de repoblación feudal, establecidas en el siglo XIII, poco después de la conquista cristiana. Las cartas de población, los textos de los establiments y otros documentos hablan de una economía de subsistencia, a base de cereales, pequeñas huertas y algo de ganadería. El Bellestar y la Pobla compartían las tierras más abrigadas de la depresión, mientras Bel, Fredes, Castell de Cabres, Coratxà y el Boixar se establecieron cerca de canales y hoyas más frías. Los pueblos concentraban los escasos servicios de la sociedad tradicional (manufacturas, horno, etc.), además de vivienda de labradores y ganaderos. La desamortización abrió una nueva dinámica económica y social en la Tinença, pero los pueblos – privados de los recursos de propios – apenas pudieron atender los servicios públicos mínimos. A medida que fue avanzando el siglo XX, la sangría demográfica casi había vaciado y envejecido los lugares de la Setena. El abandono de las casas y de los cascos urbanos ha remitido recientemente por las restauraciones impulsadas mayoritariamente por quienes hace décadas emigraron o por sus descendientes.

Los pueblos de la Tinença han mantenido la estructura urbana casi inalterada, de modo que constituyen un valioso patrimonio integrado en su entorno. Como señala J. F. Mira, hay pequeños núcleos (Coratxà, Castell de Cabres, Fredes) ordenados alrededor de un espacio central abierto, otros apiñados en torno a un cerro (Bel, Ballester) y los dos mayores (la Pobla i el Boixar) dispuestos en una ladera con calles adaptadas a las curvas de nivel y a la sombra de la iglesia.

Las masías constituían una modalidad de poblamiento disperso adaptado a la explotación de recursos extensivos de la montaña media mediterránea. La masía – bastante más que una casa – indicaba un modo de vida rural que combinaba agricultura, ganadería y aprovechamiento del bosque. El ciclo de colonización de los siglos XVIII y XIX expandió un poblamiento de origen medieval. Las masías solían ser autosuficientes produciendo trigo, alfalfa, patatas, etc.; contaban con áreas de pasto; criaban animales domésticos; compartían especiales relaciones sociales con los masoveros de su partida; etc. Algunas eran pequeños caseríos y, en conjunto, formaban el principal entramado social de todo el territorio. En algunos casos ocupaban sitios con gran visibilidad. Alguna tenía un importante patrimonio forestal (p.e. el mas del Ric de Fredes, el mas d’en Roda y el mas Blanc del Boixar, etc.).

Este poblamiento disperso ya había entrado en crisis a principios del siglo XX. En efecto, en la década de los años veinte avanzaba el proceso de abandono de las masías y sus habitantes salían hacia las ciudades más industrializadas. El cierre de masías se aceleró después por la inseguridad derivada de la presencia de las guerrillas de los maquis y la represión de la guardia civil, una presencia activa sobre todo a fines de los años cuarenta y sensible todavía en los cincuenta del siglo XX. Durante estos años se vaciaron todas las masías de la Pobla; los jóvenes emigraron y los mayores se instalaron en el pueblo. En las décadas siguientes no se detuvo la sangría. Hacia 1970 todavía continuaban habitadas seis masías en Castell de Cabres y cuatro en el Boixar, con una población de tres a seis personas por masía. Hoy, las abandonadas masías son el legado material de una forma de vida desaparecida en la Tinença.

 

Experiencias del paisaje

La Tinença no es sólo un lugar áspero y mal comunicado, también es una imagen perfilada por numerosas miradas de viajeros y visitantes. Este proceso ha conducido a una valoración del paisaje, priorizando algunos rasgos y elementos de la Tinença.

En 1792, Antonio J. Cavanilles –durante su breve estancia en la Tinença, “un país tan montuoso y tan vestido de vegetales”– entendió que debía de ser magnífica y “curiosa qualquiera vista que se tome desde las alturas. Por esto y para ver una porción considerable de la Tinença, subí á uno de los altos montes que está al borde del Monasterio”. A medida que ascendía, pudo admirar un vigoroso paisaje rocoso, vestido de vegetales. En la subida contempló diversas visuales (“a poca altura”, “de lo alto del monte mirando a mediodia”, “algo más alto y mirando al norte”). Por fin pudo gozar del animado quadro de campos cultivados de las inmediaciones del Bellestar y del monasterio, en medio de “la naturaleza casi abandonada y sin arte”.

Tras la definitiva exclaustración, la conversión en cuartel-prisión carlista y el incendio a fines de la primera guerra carlista, parte de la fábrica del monasterio quedó reducida a ruinas. A partir de entonces, el sitio se convirtió en memorial de los centenares de soldados liberales allí fallecidos. De otra parte, el deterioro arquitectónico del antiguo monasterio impresionaba a los escasos viajeros y visitantes del lugar. Benifassà, un rincón de la abrupta montaña del norte, ostentaba la venerable condición del comienzo de la conquista del reino de Valencia y evocaba la figura de Jaime I. Precisamente por ello Teodoro Llorente visitó el arruinado monasterio como lugar de memoria del antiguo reino de Valencia y renovado referente de la Renaixença.

Avanzado el siglo XIX, el propietario del monasterio era el tortosino Manuel María de Córdova, suegro del geólogo J. J. Landerer. Esta circunstancia explica el pionero y minucioso reconocimiento geológico del territorio. En 1784 Landerer propuso incorporar el piso tenéncico a la escala internacional de las etapas geológicas, basándose en sus prolijos trabajos en la región de transición de la cordillera ibérica y la cadena costero-catalana. Aunque no se aceptó la propuesta, Landerer situó la Tinença en las referencias geológicas.

La desamortización de la antigua Tinença dinamizó el mercado de la tierra, de la madera y del carbón vegetal en los pueblos de la setena. Algunos parajes resultaron diezmados en pocas décadas. Así recordaba el botánico Carlos Pau la visita de 1898 al monte que se alza a espaldas del monasterio. Como hiciera Cavanilles cien años antes, Carlos Pau buscaba “vistas agradables en que recrearme; pero me aparté descorazonado: aquello era horrible. No conozco terreno más africano; montes pelados, rocas destrozadas y caídas, riscos desprovistos de vegetación arbórea…”. Esta misma impresión se deduce de fotografías de aquellos pueblos tomadas por Mn. Betí (en las primeras décadas del siglo XX). Esta misma imagen de sobreexplotación de la vegetación se mantenía en otras descripciones anteriores a la Guerra Civil. Otros textos relatan que los pinares eran objeto de explotación y saca hacia el litoral para la construcción de edificios y traviesas de ferrocarril.

Desde principios del siglo XX, los eruditos locales prestaron cierta atención al monasterio de Benifassà (orígenes, etapas constructivas, abades, etc.). Entre ellos F. Almarche y, sobre todo, el infatigable Mn. Betí a través de sendas revistas de Morella y Sant Mateu y en diversos trabajos publicados por la Sociedad Castellonense de Cultura. Al mismo tiempo, fue objeto de atención de la comisión provincial de Bellas Artes que se concretó en la declaración de las ruinas del monasterio como monumento nacional en 1931. Sin embargo, ese mismo año C. Salvador – en un reportaje aparecido en Valencia Atracción – constataba que aquello seguía siendo un lugar desconocido y una vergüenza. “Solo de cuando en cuando algún erudito se acerca para tomar unas fotografías, escribir unas notas y hacer madurar unas lágrimas”. En parecidos términos se expresaba C. Sarthou Carreres (1931).

Poco después (1935), El Heraldo de Castellón lanzó una campaña a favor de la Tinença, una comarca desconocida y con “mayor atraso moral y material” que las Hurdes. En la Setena no había luz eléctrica, ni teléfono, ni farmacia; los maestros suplían con oficio los déficits del sistema educativo; sólo había una estrecha carretera de la Sénia al Boixar; etc. El periódico programó una excursión de eruditos (sabuts) de Castellón de la Plana a la Tinença. Incluso se solicitó una visita de las Misiones Pedagógicas. La campaña evidenciaba la marginalidad de unas tierras, olvidadas por las inversiones públicas, y la precariedad de las denominadas Hurdes levantinas. En las décadas siguientes no se alteró el diagnóstico, mientras la Tinença asistió al abandono masivo de la población de las masías y de los mismos pueblos. En el proceso interfirió también la severa represión gubernamental de los maquis que aquí encontraron un idóneo escenario para la resistencia. La luz eléctrica llegó a los pueblos de la Tinença en 1956. En 1967 se inauguró el embalse de Ulldecona, a la salida de la Setena.

Para entonces, la desertización humana de la Tinença ya era manifiesta. “Sin población no hay paisaje, pues el paisaje es el resultado del esfuerzo secular del hombre por vivir en le tierra. A medida que avanza la despoblación la naturaleza invade, desaparecen los caminos, aumenta exponecialmente el peligro de incendio y destrucción. Salvar los territorios en riesgo comporta facilitar una cierta densidad humana acompañada de actividades que equilibre viabilidad y paisaje” (X. Bru de Sala)

Desde los años treinta, H. García dedicó una sostenida investigación sobre el monasterio. Mientras tanto, las ruinas del declarado monumento nacional seguían cubiertas de hiedra. “Aquello es una visión deprimente” y “la tristeza se prosigue en los mismos pueblos” (J. Fuster). En los años cincuenta se dieron los primeros pasos para su reconstrucción tras adquirir la Diputación de Castellón parte de los edificios. En 1960 se cedió el complejo a la orden cartuja que procedió a la reconstrucción del edificio que concluyó en 1967.

 

Otros valores de Benifassà

El encanto principal de esta comarca reside en su aislamiento, en su solitaria tranquilidad y en lo abrupto de su paisaje, campo de maniobras de aquellos famosos Tigres del Maestrazgo, dueños y señores de las serranías morellanas durante las guerras carlistas” (J. Soler Carnicer, 1963). Benifassà, el norte del antiguo reino de Valencia,es un valioso recinto natural, en parte incluido en el homónimo parque natural, declarado el 19 de mayo de 2006 por el gobierno valenciano.

 

Joan F. Mateu
Departament de Geografia
Universitat de València

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Fotos

La Pobla de Benifassà (foto Adela Talavera).La Tinença de Benifassà (foto Adela Talavera).La Tinença de Benifassà. (foto Adela Talavera).La Tinença de Benifassà (foto Adela Talavera).La Tinença de Benifassà. (foto Adela Talavera).Actividad ganadera en Fredes (foto Adela Talavera)La Tinença de Benifassà (foto Adela Talavera).La Tinença de Benifassà (foto Adela Talavera).Embalse de Ulldecona (foto Adela Talavera).

Mapas

Citas

A. J. Cavanilles (1795 - 1797). Observaciones del reyno de Valencia, I, 4-5.

“En un país tan montuoso y tan vestido de vegetales como es este, debe ser curiosa cualquiera vista que se tome desde las alturas. Por eso y para ver de un golpe una porción tan considerable de la Tenencia, subí á uno de los altos montes que está al norte del Monasterio...Quando en aquella altura en donde estaba se registran los montes, los barrancos, y la profunda situación del Monasterio parece que para llegar al mar deben de ser cortas las cuestas y caminos; mas no es así”.

L. Grafulla (1857). Un paseo por los Puertos de Beceite, día 25 junio.

“Los caminos son malísimos y peligrosos (en la Tinença). La ingratitud de su suelo árido y escabroso es causa de la miseria de aquellos habitantes. El suprimido monasterio aliviaba algún tanto la suerte de aquellos infelices, por medio de frecuentes y considerables limosnas. Este ha sido el resultado de la revolución, convertir en ruinas soberbias, suntuosos edificios y dejar sin asilo a miles de infelices”

B. Pérez Galdos (1899). La campaña del Maestrazgo.

“Ambos se alegraron cuando se dio la orden de que Nelet marchase con la mitad de su regimiento a relevar a la guarnición de Benifazá, lugar que tenían toscamente fortificado en el centro de aquel núcleo de montes elevadísimos que llaman la Tinenza. Por los desfiladeros del rio de la Cenia, faldeando la Peña del Águila, pasaron de la zona de Rosell a Benifazá y a la célebre abadía cisterciense fundada por don Jaime, edificio devastado sucesivamente por las tres guerras: la de las Germanías, la de Sucesión y la que ahora se relata. Daba pena ver su noble arquitectura mutilada por bárbaras manos: aquí, señales de incendios; allá, desplomados muros; la iglesia, con medio techo de menos; la torre, melancólica y sin campanas, con sus espadañas ciegas y mudas; las junturas, pobladas de jaramagos y ortigas, y el claustro, en fín, con sólo tres costados, más triste que todo lo demás y más poético y ensoñador”.

C. Pau (1919). “Una correría botánica (27 de junio a 6 de julio de 1918)”, Boletín de la Sociedad Ibérica de Ciencias Naturales, 18, 46-64.

“En el año 1898, si la memoria no me fuese infiel, pasé de Morella a Benifazar en busca del Hieracium laniferum Cavanilles, que faltaba en mi colección. Subí a la cumbre del cerro que se levanta a espaldas del convento… y una vez en lo alto me ladeé hacia la parte oriental, buscando vistas agradables en que recrearme; pero me aparté descorazonado: aquello era horrible. No conozco terreno más africano; montes pelados, rocas destrozadas y caídas; riscos desprovistos de vegetación arbórea y allá en el fondo, un peñasco agujereado en la cuesta de la montaña que se conoce con el nombre de El Forat del Pont. Este territorio tan quebrado cae hacia el barranco de la Tenalla”

H. Garcia (1932). “Una visita al Monestir de Benifaçà”, Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura, 54.

“¡Convent de Benifaçà! L’esperit de ton egregi fundador plorarà de pesar, si en l’eternal mansió dels benhaurats cap lo plor, quan te vorà convertit en esquelet. ¿Què és d’aquelles arcades? ¿Què del sortidor del claustre?... Tot ha desaparegut. I on abans s’escoltava lo quiet marmolar de la davídica salmòdia, huí se sent solsment lo balit de les ovelles i lo dinc-dinc de les esquelles, himne no tan humà, però sí tant eloqüent, a la grandesa de qui tot ho pot.
I sobre les venerables runes sura l’ombra del Conqueridor amb son drac alat en lo capell, decantada sa testa per lo pes dels llorers i dolorida l’ànima per lo crim comés en la llengua de Berenguer de Castellbisbal”.

Bibliografía

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Reial Monestir de Santa María de Benifassà, un lloc per descobrir. Història de l’última reconstrucció, Vinaròs, Antinea, 83 pp.

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Montañas valencianas. La Tinença de Benifassà, València, Centre Excursionista de València, 168 pp.

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Lorenzo Grafulla. Un paseo por los puertos de Beceite (1857), Benicarló, Onada Ediciones, 167 pp.

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Població i economia a la Tinença de Benifassà, Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura, 297-307; 38-66.

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Un estudi d’antropologia social al Pais Valencià: Els pobles de Vallalta i Miralcamp, Barcelona, Edicions 62, 193 pp.