Paisajes de los humedales

La Albufera de Valencia

Parque Natural y Metropolitano

La Albufera de Valencia –un medio de transición marítimo-terrestre, anfibio, de gran biodiversidad– es una importante reserva de la avifauna migratoria y refugio de valiosos endemismos. Fue una preciada joya de la corona, lago de pescadores y tierra de arroceros que han dejado una impronta rural en muchos mosaicos paisajísticos. Hoy es parque natural metropolitano que, por sus valores naturales y culturales, es un símbolo para los valencianos. En síntesis el paisaje de la Albufera es un medio anfibio, un espacio rural y, al tiempo, una imagen otorgada desde la cultura.

 

Un ancho dominio de transición marítimo-terrestre

El litoral de la Albufera, en realidad una típica costa de restinga y albufera, comprende tres medios interdependientes: la Devesa o restinga arenosa, el lago o lluent y la marisma o marjal. El también denominado monte de la Devesa es parte de la barra o frente deltaico que cerró una bahía estuarina, ahora transformada en lago y alargada marisma convertida en arrozal. Esta trilogía costera, entre las desembocaduras del Turia y Júcar (Xúquer) acoge una gran diversidad florística y faunística.

La dinámica marina y eólica ha ido modelando un amplio campo dunar en la Devesa o restinga arenosa, paralelo a la línea costera, que desde la playa se estructura primero como dunas embrionarias y móviles, y después en sucesivos cordones (muntanyars), separados por depresiones interdunares o malladas. En la franja más próxima al mar predominan comunidades psamófilas y luego siguen, mezclados entre una densa formación de pino carrasco (Pinus halepensis), valiosos matorrales de lentisco (Pistacia lentiscus), coscoja (Quercus coccifera), aladierno, palmito, labiérnago, etc.

La Albufera propiamente dicha es una laguna hipereutrófica de unos 25 km2 de superficie, alimentada por surgencias o ullals, sobrantes del regadío y por aportes de ríos y barrancos. En la actualidad está comunicada con el mar a través de bocanas o golas artificiales, reguladas por compuertas. En los bordes de la Albufera y en las matas o islas de fango dominan especies acuáticas fijadoras de sedimentos (Potamogeton natans, Nitella hyllina, Chara fragilis, Phragmites communis, Juncus maritimus, Juncus acutus, etc.).

Por su parte, la marisma o marjal – un área pantanosa alargada comprendida entre Pinedo y el pie de la sierra de Cullera – coincide con la superficie de la bahía flandriense y el de la albufera primigenia. En los últimos siglos, los trabajos de bonificación han convertido los antiguos saladares y prados halófilos en fértiles tierras de arroz, una transformación sólo culminada a partir del manejo de la lámina de agua de la Albufera mediante compuertas.

Pero la biomasa de la Albufera no incluye sólo vegetación, sino también peces, crustáceos, reptiles, mamíferos y, sobre todo, aves autóctonas (patos: collverds y sirvets) que se mezclan con las migrantes (bragat) y nidificantes (fotja, espulgabous y ardeidas como el agró o garza real). También hay peces endémicos (como el samaruc o Valencia hispánica, y el fartet, Aphanius iberus), etc. La Albufera, una importante reserva de la avifauna, fue incluida en la lista de zonas húmedas de importancia internacional (conferencia de Ramsar) en 1990 y en 1991 declarada ZEPA (zona de especial protección para las aves), plenamente justificada por las más de 250 especies que visitan la Albufera y, de ellas, 90 la eligen como área de reproducción.

Al mismo tiempo, la Albufera es un hidrosistema situado en cola de una gran superficie de regadío e interrelacionado con el acuífero y el mar. Antes de la expansión del riego, el lago recibía los aportes de algunas surgencias (ullals), ríos y ramblas de su postpaís inmediato y puntas de crecidas extremas del Júcar y Turia. Por su parte, el desarrollo del regadío (Huerta de Valencia, Sueca y Cullera, Acequia Real del Júcar) fue derivando a la marisma ingentes caudales fluviales que antes desaguaban en el mar. Desde entonces los sobrantes de riego son retornos (caídas) a la Albufera que han tenido una destacada relevancia en la evolución secular del humedal y en su estado actual.

 

Un entorno rural

El potencial ecológico y siglos de cultura se funden en este mundo albufereño. En ciertos momentos los aguazales fueron detestados y bonificados, y ahora son valorados y protegidos. Pasado y presente, y naturaleza y cultura se entrecruzan en forma de mosaicos paisajísticos donde coexisten herencias y seculares transformaciones guiadas por criterios productivos, junto a componentes naturales o nuevas actuaciones de carácter proteccionista.

Al menos desde la fundación del reino de Valencia – muy posiblemente desde épocas anteriores – el principal aprovechamiento del lago fue la actividad pesquera que, siglos después, fue desplazado por el monocultivo arrocero de la marisma. En tiempos medievales y modernos, el lago de los pescadores, que mantenía comunicación con el mar a través de la bocana o gola del Rei, era salobre. Por su parte, la Albufera de los arroceros era y es dulceacuícola y desconectada del mar abierto. En ambos escenarios, los moradores han hecho uso de una amplia diversidad de recursos (pesca, caza, salinas, bosque, prados, arrozal, etc.) El paisaje albufereño guarda memoria de muchas actividades, algunas desaparecidas.

En la Albufera la vivienda común de los pescadores fue la barraca de culata con muros de adobe y techo de borró (Ammophila arenaria), mansega (Claudium marisci) y senill , tejidos sobre un entramado de cañas. A mediados del siglo XIX, el núcleo de El Palmar lo constituían cinco casas y un centenar de barracas agrupadas en dos calles donde vivían 109 pescadores registrados como vecinos de Russafa. Otros núcleos de barracas eran el Perelló, les Palmeres, el Mareny de Barraquetes, etc. El incendio del Palmar de 1885 aconsejó una renovación constructiva de viviendas más consistentes mediante la introducción del ladrillo. La barraca, un reconocido elemento etnográfico y paisajístico también ha sido idealizada – “casal de humildes virtudes y honrados amores” en palabras de T. Llorente – hasta convertirse en símbolo de identificación albufereña (Thede, Baeschlin, Almela y Vives, Sanchis Guarner, etc.). Avanzado el siglo XIX algunos poblados de pescadores (p.e. El Perelló) se fueron diversificando al acoger las casetas o barracas del veraneo tradicional en la playa. Por su parte, en la marisma o marjal hay numerosas casetas o pequeñas construcciones aisladas con cubierta de teja arábiga a una vertiente: allí se residía entre semana en las épocas de labor arrocera.

A menudo, el carácter pantanoso de la marjal resultaba intransitable para las caballerías. En consecuencia, el medio usual de transporte fueron las barcas que navegaban por el lago y seguían por las carreras o acequias mayores hasta los puertos, donde arrancaba el firme de los caminos. Esta impenetrabilidad viaria se fue transformando bien entrado el siglo XX, con la construcción de la carretera costera de Pinedo a Cullera y la formación de caminos radiales que fueron doblando las acequias principales. A partir de mitad del siglo XX, el cambio ya fue radical: ahora las barcas son exclusivas de pescadores y de visitantes del lago.

Para los ilustrados, los aguazales eran “sitios mirados con horror” y “sepulturas civiles de la especie humana”. Las operaciones de bonificación, que combinaban sanidad y utilidad, tuvieron gran impacto en la marisma improductiva y molesta de la Albufera. Pero el avance de la colonización arrocera dependía de poder manejar la oscilación temporal de la lámina del lluent, una cuestión abordada en la segunda mitad del siglo XVIII. A partir de entonces el proceso de bonificación se afianzó y progresó, al paso que se mejoraba la regulación del desagüe a través de golas artificiales. A su vez el aterramiento creaba, a base de una ímproba dedicación campesina, nuevas parcelas a expensas del aguazal. A fines del siglo XIX también se implicaron pescadores del Palmar impulsados por la necesidad. Cañas y Barro refleja fielmente el cambio paisajístico producido por los aterramientos o rellenos de parcelas de marjal con barconadas de tierra traída de los alters (especialmente del área de Silla). El transporte de tierra también obligó a ensanchar el cajero de muchos canales. El trabajo de desecación se completaba con una noria o un motor. De esta manera se crearon, alrededor del lluent, parcelas arroceras por debajo del nivel del lago, defendidas por un dique común o mota. Como resultado de esta larga bonificación, el lago se redujo de unas 10.000 has (en 1761) a menos de 4.000 (en 1927). En la actualidad, no alcanza las 3.000 has.

 

La construcción de la imagen paisajística

Durante siglos, desde que Jaime I la incorporó a la corona, la Albufera fue lugar de recreo y caza de los monarcas duran te sus estancias en Valencia. Los cronistas regnícolas cultivaron la imagen de paraíso cinegético, una idea bien atendida en las Décadas de Escolano y plasmada en la magnífica vista de Anthonie van der Wijngaerde (1563). Esta misma valoración cinegética, subrayada por algún inventario faunístico (Orellana), se mantenía a fines del siglo XVIII. El mismo pintor Goya, que residió en una barraca, practicó la caza en la Albufera y en la Devesa:

Si quiero conejos, tiro al monte de la Dehesa, que es muy poblado de pinos y espárragos; si quiero aves acuáticas, pido una barca y tiro al lago

Este uso cinegético se mantuvo después de la inclusión de la Albufera en el Patrionio Nacional de 1865. A partir de entonces la Delegación Provincial de Hacienda, que se hizo cargo de la hasta entonces joya de la corona, arrendaba los aprovechamientos y, sobre todo, los puestos de caza entre la burguesía urbana y terratenientes de las villas cercanas. Para informar a los nuevos cazadores de los puestos se publicaron diversas obras de temática cinegética, entre las que destacan la de Sarzo (1906) y un capítulo de Unexplored Spain de Chapman y Buck (1910). Ambos textos subrayan los mismos elementos visuales que, junto con la de otros colectivos ciudadanos, fueron conformando el nuevo estereotipo del paisaje.

La diversificación de los valores de la Albufera – hasta entonces sólo cinegética y arrocera- se inició en la última década del siglo XIX, una fecha muy tardía en la cultura europea del paisaje, porque un humedal litoral estaba muy alejado de los cánones estéticos “alpinos” y del atractivo cuadro de las huertas ubérrimas o del novedoso huerto de naranjos. En el descubrimiento ciudadano del humedal – hasta entonces visto como marginal, malsano y casi inaccesible – participaron institucionistas, miembros destacados de la Renaixença, la arrolladora personalidad de Blasco Ibáñez y su grupo, así como pintores y fotógrafos, científicos y otros colectivos de la ciudad.

Así, los primeros institucionistas de la Universidad de Valencia (Eduardo Soler, Eduardo Boscá y otros) incluyeron la Albufera en sus itinerarios docentes a la naturaleza. Por su parte, Teodoro Llorente, en Valencia, describió la esencia visual del aguazal desde la sensibilidad de la Renaixença: Aquí domina la línea horizontal y la amplitud de perspectiva. Eso también tiene majestad y belleza. Pero, sin duda, Cañas y Barro de Blasco Ibáñez – “la novela de la Albufera”, según Azorín– es el mejor retrato del paisaje albufereño y del conflicto social entre arroceros y pescadores. Para conseguirlo el autor se había documentado en el Palmar, donde halló viejos pescadores testigos del avance bonificador y del retroceso de su forma de vida. En el texto, Blasco contrapone, frente a las aguas estancadas emanadoras de miasmas, el agua clara del lluent o la selva casi virgen de la Devesa. También refiere detalladas descripciones de la flora y fauna, de las artes de pesca y los tipos de barcas, o de las celebraciones festivas del Palmar que popularizaron, entre los lectores urbanos, la naturaleza y las formas de vida de la Albufera.

También a fines del siglo XIX, los pintores (Salvador Abril, Joaquín Sorolla, etc.) se fijaron en la Albufera. Pero fue la primera generación de paisajistas del siglo XX – Antonio Fillol, Constantino Gómez o José Benlliure – quienes captaron plenamente la esencia del paisaje albufereño (juego de la luz vaporosa sobre el agua del lago), paisajes de gran resonancia social (puertos, etc.), escenas rurales, etc. Esta generación descubrió y construyó el paisaje de la mano de Blasco Igualmente la fotografía captó este singular entorno urbano y fijó su atención en puertos y embarcaderos, barcas de vela latina por los canales, el ciclo anual del arrozal o las jornadas de caza. De otra parte, también la fotografía pictoralista fue sensible al paisaje, las escenas de pesca o al orientalismo del arrozal, etc.

Al amparo de este descubrimiento artístico, se desarrolló una corriente de la opinión favorable a la conversión de la Devesa en parque público. Esta reivindicación la formuló primero Blasco Ibáñez y después los concejales blasquistas (1905). Pronto se solicitó un camino para la llegada de los ciudadanos a la Devesa (1907), pero la carretera de acceso se retrasó hasta la época de la dictadura de Primo de Rivera.

En 1911, la Albufera revertió al Ayuntamiento de Valencia. En ese momento se solicitó la cesión del lago a la Universidad de Valencia con fines científicos. Por su parte, Celso Arévalo, catedrático del Instituto General y Técnico de Valencia, inició un pionero programa de estudios limnológicos en la Albufera, al que se incorporaron un ictiólogo suizo y un malacólogo alemán. El continuador del grupo fue Luis Pardo García, quien además publicó numerosos artículos para divulgar la hidrobiología básica y aplicada del lago y reunió materiales para formar un Museo de la Albufera. Fruto de su larga dedicación es su esplendida monografía de La Albufera de Valencia. Estudio limnográfico, biológico, económico y antropológico (1942).

 

La Albufera, un parque natural y metropolitano

En las últimas décadas, la Albufera ha dejado de ser el entorno rural casi incomunicado para convertirse en un humedal integrado en el área metropolitana de Valencia. Joan Fuster (L’Albufera de Valencia, 1970) señalaba con lucidez el profundo cambio que estaba experimentando la forma de vida de los arroceros y pescadores para adaptarse a la creciente influencia urbana y turística, pero también el mismo lago y la Devesa. En efecto, por entonces en la frontera norte y oeste se registraba un crecimiento urbanístico de los asentamientos tradicionales y la instalación de polígonos industriales, se tendían nuevas infraestructuras de transporte o se le acercaba el nuevo cauce del Turia, mientras se mecanizaba parte del ciclo agrario o las viejas casetas del verano del Perelló se transformaban en apartamentos. En este contexto, a través de las acequias, el lago registró un incremento del nivel de contaminación por vertidos urbanos e industriales y pesticidas de alta toxicidad que degradó la calidad del agua lagunar, alteró las cadenas tróficas y alteró las prácticas rurales tradicionales. Los vertidos de aguas residuales sin depurar no dejaron de aumentar hasta la puesta en marcha del Plan Director de Saneamiento (depuradoras, colectores, etc.) que ha reducido la contaminación, aunque no se ha recuperado la calidad de los años sesenta.

Los planes urbanísticos y turísticos de los años del desarrollismo fueron críticos para la pervivencia del entorno. En 1962 se construyó una empresa para privatizar y parcelar 800 ha de la Devesa y el Ayuntamiento de Valencia cedió los terrenos para el parador Luis Vives, mientras se pensaba en grandes hoteles, palacio de congresos, un club de campo y playas interiores en la Devesa dirigidas al turismo. En los primeros setenta del siglo XX, la consigna cívica – “El Saler per al poble” – movilizó la opinión pública para frenar la destrucción del paraje, un estado de opinión al que fue muy sensible la democracia restaurada. En 1980, el Ayuntamiento dió un giro copernicano mediante la Oficina Técnica de la Devesa-Saler (con notables iniciativas como la recuperación del Racó de l’Olla, la regeneración de la duna litoral, etc.). En 1984, el Ayuntamiento de Valencia solicitó que la Devesa-Albufera se declarase parque natural, una figura aprobada en 1986 para proteger y gestionar sus especiales características ambientales, asegurar su función social como espacio natural y preservar sus valores culturales y paisajísticos dentro de un área metropolitana, así como el mantenimiento de las actividades económicas tradicionales. El parque natural incluyó la marisma que rodea la Albufera, estableciendo una mayor protección sobre la marjal más próxima. En 2004 se aprobó el Plan Rector de Uso y Gestión que también protege los usos tradicionales por su interés ecológico, social, económico y cultural. Sólo se permite la caza en los cotos. También se establecen medidas y actuaciones sobre la flora y la fauna, recursos hídricos, recuperación de ambientes degradados (dunas, malladas, etc.), restauración de ullals, recuperación de flora y fauna, etc. En pocas palabras, la Albufera ha sido, en los últimos tiempos, un gran gabinete de restauración ambiental con valiosos resultados.

 

Joan F. Mateu
Departament d’Història de l’Art
Universitat de València

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Fotos

Vista aérea de L’Albufera (foto ESTEPA).Vista aérea del Palmar (foto ESTEPA).Vista aérea de la Devesa del Saler y L’Albufera (foto ESTEPA).Vista aérea de L’Albufera (foto ESTEPA).Desembocadura de la Séquia del Tremolar en l’Albufera (foto Miquel Francés).L’Albufera (foto Miquel Francés).Pesca de la Llisa en l’Albufera (foto Miquel Francés).Atardecer en l’Albufera (foto Miquel Francés).Vela latina en l’Albufera de Valencia (foto Miquel Francés).L’Albufera (foto Miquel Francés).Redes de pesca en l’Albufera (foto Miquel Francés).

Mapas

Citas

V. Blasco Ibáeñez (1902). Cañas y Barro, 13 y 16.

“Habían entrado en el lago, en la parte de la Albufera obstruida de carrizales é islas, donde había que navegar con cierto cuidado. El horizonte se ensachaba. A un lado, la línea oscura y ondulada de los pinos de la Dehesa, que separa la Albufera del mar; la selva casi virgen que se extiende leguas y leguas donde pastan los toros feroces y viven en la sombra los grandes reptiles, que muy pocos se ven, pero de los que se habla con temor durante las veladas. Al lado opuesto, la inmensa llanura de los arrozales perdiéndose en el horizonte por la parte de Sollana y Sueca, confundiéndose con las lejanas montañas. Al frente, los carrizales é isletas que ocultaban el lago libre, y por entre los cuales deslizábase la barca hundiendo con la proa las plantas acuáticas, rozando su vela con las cañas que avanzaban de las orillas. Marañas de hierbas oscuras...
La barca penetraba en el lago. Por entre dos masas de carrizales, semejantes á las escolleras de un puerto, se veía una gran extensión de agua tersa, reluciente, de un azul blanquecino. Era el lluent,la verdadera albufera, el lago libre, con sus bosquecillos de cañas esparcidos a grandes distancias, donde se refugiaban las aves del lago, tan perseguidas por los cazadores de la ciudad. La barca costeaba el lado de la dehesa, donde ciertos barrizales cubiertos de agua se iban conviertiendo lentamente en campos de arroz...”

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