Paisajes agrarios

Los Olivos del Maestrat

Un austero paisaje mediterráneo

Los olivos componen cerrados mosaicos en muchas cuestas de los corredores prelitorales del Maestrat. Las plantaciones están documentadas desde al menos los primeros tiempos feudales. En época de Viciana, los pueblos de estas bailias eran “muy fructíferos y plantados de árboles de azeytunos”. A fines del siglo XVIII, los olivos parecían formar “bosques” en las inmediaciones de algunas villas. Hoy los olivos dan carácter a un notable paisaje mediterráneo de gran austeridad. Incluso subsisten olivos varias veces centenarios que, por la belleza de sus troncos retorcidos y contrahechos, heridos y agujereados, constituyen un valioso testimonio de las potencialidades del piso termomediterráneo.

 

Acebuches y olivos

El espacio tradicional de los olivos del Maestrat ha sido la cuesta, el reguero, la falda de las sierras litorales y prelitorales, un nicho libre de heladas extremas (en invierno el olivo casi soporta hasta los -10º C). Junto a esta localización productiva – en ocasiones compartida con el algarrobo, todavía más termófilo – los agricultores del Maestrat reservaban los fondos de los corredores prelitorales a los cereales y a las viñas. Esta clásica especialización del secano – con la trilogía mediterránea adaptada a la diversidad bioclimática y edáfica – se construyó al ritmo de seculares ciclos de colonización interior y de recurrentes crisis rurales.

En las cuestas, la secular transformación colectiva fue sustituyendo el primigenio bosque esclerófilo mediterráneo por campos del árbol eviterno. El olivo silvestre o acebuche (ullastre) (Olea europea ssp. sylvestris) – ampliamente distribuido por las zonas más cálidas de la región mediterránea, de aspecto achaparrado, con ramas cortas, rígidas, y espinosas en los extremos, hojas cortas, pequeñas y ligeramente elípticas – pertenece a las formaciones esclerófilas más termófilas de encinas, quejigos, coscojas, aladiernos, lentiscos, brezos, etc. Incluso hay acebuches sobre ásperos y abiertos roquedos, suelos esqueléticos y matorrales degradados por la dispersión de huesos de olivos de la ingesta de pájaros (tordos, mirlos, etc.). Durante milenios, los acebuches –integrantes de los bosques, maquias y garrigas termomediterráneos – han sido el pie para los injertos de olivos. Sólo muy recientemente se han generalizado los olivos de estaca (procedentes de viveros, de crecimiento más rápido y vida más breve). El manejo del acebuche ya fue observado por Cavanilles: “… los cultivos de olivos se hacen escogiendo los azebuches más robustos; los quales plantados e inxertos en los campos forman en pocos años árboles sin comparación más hermosos que los que provienen de estacas…”. Por esta razón entendía que el olivo se “puede reputar nativo, atendida la multitud de acebuches que crecen en lo inculto” (Cavanilles, 1795-97, I, 59). De otra parte, durante siglos algunas ordenanzas municipales penalizaron las agresiones a los acebuches, en atención a su utilidad.

Por su parte el olivo cultivado (Olea europea ssp. europea) está provisto de un sistema radicular extenso y superficial, adaptado a la sequía estival. En los árboles jóvenes el tronco es recto y circular, liso, de color gris ceniza, pero con el crecimiento y la intervención humana adquiere formas retorcidas e irregulares, con heridas y cavidades, que le otorgan gran atractivo plástico. En la zona de unión del tronco y raíz se forma una protuberancia o cepa, esto es, una plataforma que permite regenerar raíces y brotes decisivos para la supervivencia del árbol. La copa puede presentar coloraciones muy variables, desde el verde oscuro hasta el blanco plateado. Las hojas del olivo, anverso de color verde reluciente y envés con pilosidades táctiles, están adaptadas a las exigentes condiciones de la sequía estival. Las flores – blancas, pequeñas y hermafroditas, agrupadas en ramilletes laterales, largos y flexibles – se abren en primavera. El fruto – de tamaño variable, entre uno y cuatro centímetros – es una drupa, carnosa por fuera y con un hueso en el interior, que va oscureciéndose desde el suave verde inicial hasta el negro, pasando por los tonos violáceos o rojizos. El fruto maduro, cosechado al final del otoño o principio del invierno, atesora el aceite que será extraído en la almazara.

En el Maestrat existen diversas variedades tradicionales – farga, morruda, canetera, borriolenca, grossal, sevillenca, etc… – entre las cuales destacan las dos primeras. La producción de la olivera farga – de porte majestuoso, muy adaptado a las condiciones de temperatura y humedad – es alta pero irregular por su comportamiento vecero. El aceite es de gran calidad, con elevado contenido graso. Por su parte, la morruda – de aspecto vigoroso, sensible al frío y la sequía, resistente al viento, maduración tardía y escalonada – tiene una producción aceptable y de buena calidad.

El bosque de olivo, dominante en numerosas cuestas y laderas del Maestrat, puede contemplarse como etapa avanzada de un largo proceso de manejo del bosque esclerófilo mediterráneo. De hecho, una amplia partida extendida entre Sant Mateu y la Salzadella –ahora un verdadero bosque de olivos– se denomina el carrascal. Otro tanto sucede en la Vilanova, no lejos del aeropuerto. También el paraje de Vilafamés conocido como el carrascal del Batlle es un olivar aterrazado de árboles centenarios.

 

Una secular tierra de olivos

A fines del siglo XVIII, el Maestrat – junto a Orihuela-Elx, Camp de Llíria-Pla de Quart-Vall dels Alcalans, y Nules-Onda – constituía una de las principales áreas valencianas del cultivo del olivo, aunque había descuido, ignorancia, pocas luces y mucho abandono (en Cervera, Sant Mateu, Salzadella, Vilanova, Alcalà, etc.). Según Cavanilles apenas se conocían las técnicas adecuadas para el buen cuidado del árbol y mejora de la cosecha. En sus itinerarios no dejó de observar recientes plantaciones de olivos (La Jana, Traiguera, Cervera, etc.) y otros más antiguas (en Vilafamés “pocos olivos habrá que no sean del tiempo de los Moriscos: los enormes troncos y la altura extraordinaria de estos árboles anuncian su vejez”) (Cavanilles, 1795-97, I, 58). En diversos lugares (Sant Mateu, Vilafamés, Alcalà) los olivos parecían formar un bosque en las inmediaciones de las villas. Como indica J. Piqueras (1985), el Maestrat – una prolongación meridional de la región olivarera de Tortosa – producía excedentes de aceite comercializables.

A lo largo del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, hubo una penetración del olivar hacia tierras interiores, alcanzando su máxima expansión occidental (hasta el límite bioclimático marcado por recurrentes heladas catastróficas). En este trasiego general, la comarca olivarera del Maestrat se reafirmó con una notable expansión del olivo (en los partidos judiciales de Sant Mateu, Vinaròs y Albocàsser). Este avance olivícola no puede desligarse del proceso de roturación de antiguos propios y comunes, y de otros bienes desamortizados. La expansión olivícola no fue constante, sino modulada por conflictos bélicos domésticos, la crisis agropecuaria finisecular, la filoxera, las coyunturas del mercado internacional o las demandas coyunturales de la I Guerra Mundial. En general, el cultivo se amplió y se mejoró abandonándose en algunos casos prácticas obsoletas, y aumentándose el número de árboles por hectárea en las nuevas plantaciones. También se intensificó la labranza del olivar, aumentando la productividad. Al mismo tiempo se inició la sustitución de las viejas muelas y prensas por otras más modernas. En términos globales, hubo un incremento comarcal del 70% de la producción entre 1792 y 1921 (Piqueras, 1985). A partir de entonces, el proceso expansivo del olivar prosiguió, a pesar de crisis coyunturales, pasando de 13.327 ha (en 1921) a unas 32.000 (en 1945). No obstante, en el Maestrat se seguía esperando a que madurara y se desprendiera el fruto del árbol “para recogerlo después del suelo, sucio, y abandonándose en los desvanes hasta un grado de desecación tal, que para hacer posible la molienda era necesario el rociar con agua caliente, que si está hirbiendo produce el escaldado del fruto con enranciamiento del aceite” (Meliá Tena, 1953).

El final del racionamiento coincidió con el inicio de la importación de otros aceites vegetales, sobre todo de soja procedentes de USA, que, durante mucho tiempo, alcanzaría gran éxito en España. Además la administración favoreció la mezcla de aceite de olivo con los de orujo y semillas. En 1959 se liberalizaron las importaciones de grasas animales y vegetales para atender la creciente demanda de aceites industriales. Mientras en el Maestrat – como en tantas otras áreas españolas – se seguía produciendo aceite de baja calidad por la escasa modernización del sector. Además sucesivas heladas catastróficas (1946, 1956, 1963) amplificaron la magnitud de la larga crisis que arrastraba esta actividad productiva. En 1957, la superficie dedicada al olivo superaba el 30% de los términos de Salzadella, la Jana y Sant Jordi; el 40% en los de Traiguera, Rossell y Sant Mateu; y el 75% del de Sant Rafael.

Al final de la autarquía, los olivos del Maestrat seguían en grave y profunda crisis por aumento de los costes de producción, baja productividad y fragmentación del sector, por agotamiento de los suelos, competencia de los aceites de semillas, escasa mecanización de la olivicultura y una oleicultura obsoleta. El creciente agrupamiento cooperativo de las almazaras no impidió el abandono de explotaciones, ni frenó el éxodo masivo de gentes del Maestrat. Quienes permanecieron se embarcaron en un proceso de sustitución del olivar por nuevas plantaciones de almendros, o de modernización de la olivicultura – mecanización, abonado, tratamiento de plagas, etc… – y de la oleicultura (especialmente en las almazaras).

Desde avanzados los años ochenta del siglo XX, los olivos del Maestrat han ido recuperando el pulso productivo, con innovación en las técnicas de cultivo y recolección, en las almazaras y en las redes comerciales. A esta recuperación también han contribuido los incentivos europeos dirigidos tanto a la producción, como a la plantación de nuevos olivos. Además las cooperativas de primer y segundo grado han liderado el proceso de modernización, junto con otras iniciativas locales. Como resultado, el Maestrat, que representa una quinta parte del olivar valenciano, aporta una altísima calidad al mercado doméstico e internacional del aceite.

 

Los olivos monumentales

La memoria de los olivos del Maestrat es larga y minuciosa. No en vano el árbol eviterno es quizá el frutal que más años vive en explotación, pudiendo alcanzar fácilmente edades pluricentenarias, e incluso superar el milenio. En realidad, el bosque de olivos del Maestrat es un rico legado de plantaciones de muy diversas épocas. En un recorrido pausado por estas tierras, se identifican plantaciones recientes, otras varias veces centenarias y algunos ejemplares – “de enormes troncos y altura extraordinaria”, “del tiempo de los Moriscos”, en palabras de Cavanilles – , que son monumentos vivos, majestuosos, únicos e insustituibles. Hay algunos ejemplares de más de 12 m de perímetro de tronco, varias decenas entre 8 y 12, y varios centenares de olivos entre 5 y 8 m de espesor. Es un valioso conjunto arbóreo, en su mayoría plagados de heridas, desmoches y roturas. Algún olivo se identifica por un topónimo menor (olivera del Notari). En síntesis, en el Maestrat es posible encontrar la serie completa del olivo convertida en paisaje rural mediterráneo hecho de ampliaciones y sustituciones y de retazos de persistencias, y con partidas denominadas vilar (Vilagròs, Vilaroig, Vilaret, etc.).

En las últimas décadas, este bosque de olivos – un paisaje vivo y dinámico, termomediterráneo, adaptado a los contrastes ambientales estacionales, sensible a coyunturas económicas y decisiones políticas – ha seguido evolucionando. No es una rígida herencia, sino un bien productivo dependiente de las coyunturas del mercado. Así en tiempos recientes se han ido abandonando o semiabandonando olivos, primero en laderas de difícil mecanización, que ahora compiten con la oportunista pinarización. En otros parajes – donde ha habido grandes transformaciones de secano en regadío -, los olivos han desaparecido sustituidos por otros cultivos (casi siempre naranjo). Por el contrario en otras áreas ha habido nuevas plantaciones en sustitución de la viña, cereales o almendros. En pocas palabras, el paisaje productivo de los olivos del Maestrat ha mantenido y mantiene pautas evolutivas similares a otros entornos agrarios mediterráneos.

En este contexto evolutivo general, muchos olivos monumentales – vendidos, arrancados de cuajo y transportados lejos para jardinería – han sido objeto de un verdadero expolio. Este trasiego ha supuesto la pérdida de joyas de un tesoro natural y cultural que carece de sentido lejos de su emplazamiento secular, lejos de su matriz. Frente a la ignorancia y la ostentación desmedida, los olivos monumentales del Maestrat han emergido como un símbolo que rebasa los valores productivos para convertirse en patrimonio colectivo, merecedor de protección paisajística. Estos ejemplares son el alma, la memoria y el soporte del austero paisaje de olivos del Maestrat. Frente al expolio furtivo, los olivos monumentales constituyen un recurso económico, social y educativo que puede y debe contribuir al desarrollo y bienestar de las gentes del Maestrat.

 

Joan F. Mateu
Departament de Geografia
Universitat de València

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Fotos

Canet lo Roig (foto Adela Talavera).Olivo (foto Adela Talavera).Olivos (foto Adela Talavera).Olivos milenarios en Canet lo Roig (foto Adela Talavera).Olivo (foto Adela Talavera).Olivos milenarios cerca de Canet lo Roig (foto Adela Talavera).Olivos del Alta Mestrat (foto Adela Talavera).Olivos milenarios cerca de Canet lo Roig (foto Adela Talavera).

Mapas

Citas

A. Sánchez Gozalbo (1931). Bolangera de dimonis.

“Eren les nou del matí quan apleguen al centre de la porxada plaça de l’ Àngel de Sant Mateu. Tot el pla, des de molt abans de passar Salzadella, atraïa les mirades del canonge. Les lluentes oliveres amb la seua fulla d’argent donaven més austeritat al paisatge. Per damunt de la grisor dels arbres mil.lenaris de retorçudes soques, reeixia l’or vell de les pedres venerades de l’església i del campanar, groixut i gentil alhora”.

C. Melià Tena (1953). Producciones agropecuarias de la provincia de Castellón, 9.

“Tras la helada de los días de San Antón de 1946 --de tan funestas consecuencias para la agricultura de esta provincia-- la superficie del olivar ha ido en retroceso...los términos que han hecho mayores talas han sido aquellos que más fuertemente fueron afectados por la helada: Cuevas de Vinromà, Salsadella, San Mateo, Villafamés, etc. En estos términos los viejos olivares de las hondonadas, los más frondosos, han sido arrancados, puesto que había que esperar demasiados años para que de sus troncos o de sus raices volvieran a brotar nuevos árboles. Estas tierras han sido roturadas con tractores -en su mayor parte- y plantadas de viñas. La leña ha sido consumida en los hornos de los azulejeros. Lo que se ha perdido en olivar se hallará dentro de unos pocos años en espléndidos viñedos”.

R. M. de Viciana (1564). Cronica de la ínclita y coronada ciudad de Valencia y su reino.

“… asentado (Sant Mateu) en un campo llano plantado de muchos arboles fructíferos de azeyte y de viñas y otras labranzas”.

A. J. Cavanilles (1795-97). Observaciones sobre el reyno de Valencia, I, 58.

“… por todas partes se halla el suelo cubierto de olivos, higueras, viñedos y sembrados; los olivos parecen formar un bosque en las inmediaciones de Villafamés; pocos habrá que no sean del tiempo de los moriscos: los enormes troncos y la altura extraordinaria de estos árboles anuncian su vejez y la bondad del suelo; pero no corresponde el fruto a su magnitud y lozanía, porque los dueños lo abandonan en todo punto”.

J. Sancho Comins (1979). La utilización agraria del suelo en la provincia de Castellón, 198-199.

“El olivo forma una auténtica aureola arbórea que rodea el fondo herbáceo arbustivo (de Sant Mateu); por los distintos apéndices de la cuenca se prolonga este olivar, unas veces muy compacto, como en Tírig y otras en combinación con la vid como en la Rambla de Cervera”.

Bibliografía

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