Paisajes habitados
Donde la naturaleza y el arte concurren para recrear los sentidos
El naranjo ha sido conocido en tierras valencianas desde la Edad Media como un apreciado árbol de jardín, que crecía de forma aislada como ornamento de algunas casas de campo, y mayoritariamente en huertos de recreo periurbanos fertilizados por el caudal de las acequias, donde convivía formando cuadros o hileras con otras especies como el granado, la morera, el mirto y otras verduras y plantas aromáticas. El poeta de Alzira Ibn Jafacha (1058-1139) dedicó algunos versos a exaltar la sensualidad de la flor del naranjo. Su producción se destinaba al autoconsumo o a la comercialización a pequeña escala. A pesar de las optimistas previsiones de Cavanilles tras visitar el huerto del rector Monzó, el cultivo comercial del naranjo no alcanzaría su impulso definitivo hasta la segunda mitad del siglo xix cuando confluyeron algunos factores como la crisis sericícola, la demanda de fruta fresca por parte de países europeos, la implantación del ferrocarril y la navegación a vapor, el interés por las inversiones agrícolas de la burguesía valenciana y la generalización de la máquina a vapor para la elevación de las aguas subterráneas a partir de 1880.
Desde los dos focos iniciales, que se centraron en Alzira y Carcaixent y en el triángulo formado entre Borriana, Almassora y Vila-real, entre 1880 y 1930 se produjo una expansión generalizada del cultivo, que en apenas cincuenta años llegó a transformar amplias superficies de la franja litoral valenciana situada entre la Plana y la Safor hasta convertirlas en un auténtico vergel. Por ello, el rector Fogués (1934, 194) afirmó que «hoy toda la región valenciana no es sino un vasto naranjal que borda con la perenne faja de verdura toda la costa del Mediterráneo».
Desde sus inicios, este extenso país del naranjo atrajo la atención de las principales manifestaciones culturales, que centraron sus miradas en la zona de Carcaixent y Alzira, donde situaron el paisaje de los huertos por excelencia. Cavanilles (1797, II, 207), ya había admirado los primeros huertos «donde la naturaleza y el arte concurren para recrear los sentidos». Habitualmente la apreciación estética de un paisaje antropizado se produce años después de su creación. Sin embargo, los contemporáneos todavía conservaban la memoria del origen jardinero de este árbol, por lo que su extensión por todo este vasto país, sin duda, debió causar una deliciosa experiencia, que llevó a extender los valores estéticos asociados al jardín a todos los campos donde se cultivaba. La considerable rentabilidad económica de sus producciones ha favorecido hasta épocas recientes esta intencionalidad estética asociada a su cultivo que recientemente ha sido reconocida por la historia del arte (Gracia, 1998). Pues como afirmaba Llorente (1887, II, 935) “un huerto de naranjos, que el labrador cultiva sin otro afán que el de vender a buen precio la fruta, es para todos, más o menos, otro Jardín de las Hespérides, regalo de los sentidos y acicate de la fantasía.”
Los caminos y carreteras han constituido a lo largo de la historia miradores desde donde los viajeros han percibido el país por donde discurren. Uno de los más transitados es el ferrocarril, pero como advertía Valentino (1886), “no puede decir que ha visto nuestros famosos huertos de naranjos quien ha recorrido solamente la línea de Játiva a Valencia: ha bordeado el jardín de los Hespérides; no ha penetrado en él”. Por ello proponemos diversos itinerarios.
El antiguo camino foral de Valencia a Xàtiva (actual CV-41) une Alzira y Carcaixent y fue paso obligado en las rutas que se dirigían hacia el sur del país. Durante el siglo xviii comenzaron a transformarse los secanos de su entorno en deliciosos huertos gracias a la perforación de pozos y la instalación de norias. Como relata Cavanilles (1797, II, 207) “se introduxo allí el cultivo de naranjos y granados, y muy en breve se transformó en vergeles aquel terreno árido”, donde sus dueños construyeron sus casas de recreo. El camino se cierra a ambos lados con muros de mampostería que rodean el perímetro de los huertos, sobre los que se alinean los volúmenes imponentes de las casas señoriales de tres plantas, acompañadas por numerosas palmeras que elevan sus mástiles hacia el cielo. Estos muros impiden que la mirada del viajero penetre en su interior, pero las palmeras y las copas de los naranjos que sobresalen hacen presagiar la belleza que encierran. Por ello Madoz (1845), llegó a afirmar que “si en vez de la pared que constituye los estribos del camino y que sirve de dique a los huertos, se hubiera ido construyendo verjas o empalizadas, sería este uno de los caminos más bellos de Europa.”
A partir del último tercio del siglo XIX se implantan los primeros planes de Carreteras, que incluyen algunas vías que atravesarán este naranjal o que contribuirán a su ordenación. Una de ellas es la carretera de Alzira a Tavernes de la Valldigna (CV-50), construida a partir de 1860. Antes de llegar al paso del Estrecho, donde confluyen las sierras de la Murta y La Barraca, la carretera discurre por las partidas de Vilella y Fracà, un espacio transformado a lo largo del siglo xix en huertos de moreras, que con la crisis sericícola se reconvirtieron en naranjales. Se contempla un paisaje salpicado de numerosas casas de apariencia sencilla, entre las que destacan por su arquitectura algunos huertos burgueses construidos entre finales del siglo xix y principios del xx como el de San Francisco o el de Bru.
Desde la CV-50 otro camino nos conduce hasta Carcaixent (CV-570). Su recorrido por los piedemontes de la sierra de la Barraca ofrece unas deliciosas panorámicas sobre las partidas anteriormente descritas. Algunos propietarios apreciaron estos enclaves privilegiados para levantar sus mansiones y poder disfrutar de las vistas que ofrecen sus terrazas y miradores, como las de Rovira y la Cova de les Maravelles. En su entorno, aunque no son visibles desde el camino, se hallan los huertos de Batalla y Ribera. Sus casas y jardines se reproducen en numerosas series de tarjetas postales que contribuyeron a su canonización como ideales del huerto burgués.
Otro de los itinerarios destacados es el que une Alzira y Corbera (CV-510), que se abre en 1881. En aquel momento, esta zona se encontraba en plena transformación de secano a regadío, por lo que el nuevo trazado integra casas de huerto existentes con otras que se construyeron a partir del mismo, organizando su composición a partir de la nueva carretera. Se muestra uno de los conjuntos más interesantes de huertos burgueses, donde la casa, a diferencia del antiguo camino de Alzira a Carcaixent, se ha desplazado de la orilla de la vía al centro de la parcela, a la que se accede por entradores de palmeras que enmarcan la perspectiva hacia la fachada principal, precedida por un jardín ornamental.
Menos concurridos, aunque no menos interesantes son el Camí de la Font (CV-5930) y las carreteras CV-5741 y CV-5950, que atraviesan el término de Carcaixent en dirección sur. Sobre las tapias de los muros que acompañan buena parte del recorrido sobresalen innumerables casas de huerto, palmeras y otros árboles ornamentales de sus jardines y numerosas chimeneas de los antiguos motores a vapor, para elevar el agua, que se alzan hacia el cielo.
Este vasto naranjal forma un conjunto de campos cerrados que se extiende sobre valles y piedemontes, por lo que a menudo resulta difícil obtener buenas panorámicas. Consciente de ello, Teodoro Llorente (1887, II, 635) explicaba que “para abarcar bien su extensión hay que subir a la colina (montanyeta) del Salvador, que parece puesta allí adrede como miranda de tan bello paisaje, y después de tender y recrear la vista por sus dilatados ámbitos, hay que bajar de aquella altura, penetrar en los bosques de naranjos, y hundirse y perderse en su lozana frondosidad”. Así Llorente fue el primer autor que plasmó por escrito la vista pintoresca desde la explanada del santuario. En 1900 Vicente Blasco Ibáñez nos obsequiaba con una nueva imagen literaria tomada desde el mimo punto, cuya belleza ha sido elogiada por escritores como Azorín (1917) o Joan Fuster (1962; 1984).
“En el inmenso valle, los naranjales, como un oleaje aterciopelado; las cercas y vallados, de vegetación menos obscura, cortando la tierra carmesí en geométricas formas; los grupos de palmeras, agitando sus surtidores de plumas, como chorros de hojas que quisieran tocar el cielo, cayendo después con lánguido desmayo; «villas» azules y de color de rosa entre macizos de jardinería; blancas alquerías casi ocultas tras el verde bullón de un bosquecillo; las altas chimeneas de las máquinas de riego, amarillentas como cirios con la punta chamuscada; Alcira, con sus casas apiñadas en la isla y desbordándose en la orilla opuesta, toda ella de un color mate de hueso, acribillada de ventanitas, como roída por una viruela de negros agujeros. Más allá, Carcagente, la ciudad rival, envuelta en el cinturón de sus frondosos huertos; por la parte del mar, las montañas angulosas, esquinadas, con aristas que de lejos semejan los fantásticos castillos imaginados por Doré; y en el extremo opuesto, los pueblos de la Ribera alta, flotando en los lagos de esmeralda de sus huertos, las lejanas montañas de un tono violeta, y el sol que comenzaba a descender como un erizo de oro, resbalando entre las gasas formadas por la evaporación del incesante riego” (Blasco Ibáñez, 1924, 47-48).
Estas visiones contribuyeron a fijar la Muntanyeta como el mirador del paisaje de los huertos por excelencia, que sería recomendado en las guías de viaje de Elías Tormo (1923), Joan Fuster (1962; 1984) o Lluís Guarner (1974).
Al paisaje de los huertos de naranjos se le han atribuido una serie de valores que con la crisis actual del cultivo han ido perdiendo su vigencia: valores sociales, productivos, identitarios, ambientales… entre los que destacamos el valor estético por su trascendencia en las manifestaciones culturales y por su pervivencia actual. Vicente Lassala (1871) se lamentaba de que en este país del naranjo, estos naranjales eran más apreciados por los extranjeros que por los propios vecinos. Pero ya a partir de esta misma década comienza a producirse una valoración estética por parte de la pintura, la literatura y la fotografía, que lo elevan a la categoría de paisaje, transmitiendo unos valores que serán aprehendidos por los diferentes estratos de la sociedad. Las pinturas de Sorolla, Mongrell, Peris Brell, Teodoro Andreu, y otros pintores, por su elevado coste económico, sólo estaban al alcance de las familias más acomodadas. Pero la novela Entre Naranjos de Blasco Ibáñez, o las tarjetas postales con paisajes de Alzira y Carcaixent contribuyeron a una difusión socialmente más amplia de la imagen de los huertos de naranjos. Las diferentes manifestaciones artísticas coinciden en transmitir un concepto de huerto ligado a la imagen burguesa. Lo representan de manera idealizada como fuente de riqueza y prosperidad, como escenario donde los pintores retratan sus personajes en actitudes amorosas, los fotógrafos captan los momentos de descanso de sus propietarios, o como escenario donde los escritores ambientan la trama de sus novelas. Y coinciden también en exaltar un mismo paisaje: el de Alzira y Carcaixent, donde la mayor concentración de huertos le otorga un carácter sublime. Las entradas rodeadas de palmeras –concebidas como auténticos paseos–, las balsas, las casas, los jardines ornamentales que las envuelven, y como no, los mismos naranjos, sirvieron como fuente de inspiración para estas representaciones.
Desde finales del siglo xx la citricultura valenciana ha entrado en crisis. Los bajos rendimientos económicos hacen augurar el final del ciclo del monocultivo del naranjo. La depresión ha dejado ya sus huellas sobre el paisaje en diversas imágenes que han empezado a fragmentar esa imagen de “un dilatado y espeso bosque, un siempre verde y aromático vergel de hermosísimos y productivos naranjos” (Bodí, 1986, 60) que hasta entonces ha continuado ofreciendo. El abandono del cultivo o la proliferación de proyectos urbanísticos, que la explosión de la burbuja inmobiliaria dejó sin concluir, producen impactos negativos. El caqui, el granado, la dedicación al turismo rural de algunas casas situadas en entornos paisajísticos de calidad constituyen ya una realidad sobre nuevas orientaciones que apuntan hacia una transformación. Un futuro que ha de evitar el abandono y la destrucción, ya que los valores de este paisaje sobrepasan el ámbito local e incluso internacional al ser difundidos por numerosas y variadas imágenes.
Ester Alba Pagán
Adrià Besó Ros
Departamento de Historia del Arte
Universitat de València
Joan Fuster (1984). Viatge pel País Valencià.
“Si fem el viatge en primavera, quan la flor clapeja la massissa frondositat, els horts són un espès estany de perfum que l’aire empenta cap als pobles: la flor, escandalosament blanca sobre el verd obscur del fullam, dóna la mesura de les previsions de collita. Si la nostra visita s’esdevé en ple hivern, serà ja el fruit aconseguit, les mitològiques pomes d’or, temptant la dent i el llavi, allò que ens oferirà la branca cansada. Cada arbre és una constel·lació suculenta. Hi ha varietats que produeixen el seu fruit en èpoques més avançades, fins a l’entrada mateixa de l’estiu, i el compaginen amb la primera flor.”
Pascual Madoz (1845). Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de ultramar.
“A la salida del arrabal de San Agustín [en Alzira] hay 250 huertos plantados de naranjos y frutales, regados con norias o senias, que por su hermosura y lo bien cultivados pueden llamarse con razón el jardín del reino de Valencia; y sirve igualmente este sitio de un hermoso y delicioso paseo para los habitantes, estendiéndose por toda la derecha del Júcar hasta salir de aquellos.”
Vicente Lassala (1971). Reseña de la visita de inspección de inspección de la agricultura de la parte litoral del mediterráneo, al sur de la provincia de Valencia.
“Dejando Alcira […], sigamos el original y admirable aspecto del camino carretero de Carcagente. Nada más bello que ese trayecto de una legua, sin igual quizá en Europa, por la hermosura que presentan los naranjos y las palmeras que exclusivamente a derecha y a izquierda cubren los huertos cercados de pared, con casas anexas de recreo, muchas de ellas con escudos de armas sobre la puerta, cuyo distintivo denota el alto precio en que se estimaban estas fincas por las distinguidas familias propietarias. Estos huertos son los primitivos del país, cuando el naranjo era árbol de huerto o de jardín.”
“…En cuanto el viajero descubre Carcagente se presenta a la vista su encantadora y fértil campiña, poblada de colosales naranjos y de elevadas palmeras, que desafían la altura de los campanarios de las iglesias y la de las torres del grandioso y moderno caserío que constituyen esta bonita villa.”
Gustavo Doré (1874). Viaje por España.
“En el mes de abril y de mayo es cuando hay que visitar los hermosos naranjales de Carcagente y de Alcira. Entonces los naranjos, que aún conservan parte de sus frutos, están al mismo tiempo cubiertos de esas flores maravillosas […]. No puede uno hacerse una idea de la intensidad del perfume que esparcen los naranjos. […]. Abundan tanto las flores que si un viento un poco fuerte las hace caer, cubren el suelo de una espesa capa blanca, como si fuera nieve.”
Lluís Guarner (1974). Valencia, tierra y alma de un país.
“El campo sigue bajo el monocultivo del naranjo, y por el se desparraman las casas de labor de los huertos, de la mayoría de los cuales salían altas chimeneas de las norias de vapor que, desde finales de siglo, abastecían de agua de riego a los huertos. En muchos de ellos hay casas de recreo –algunas de verdadero gusto– en las que veranean sus propietarios, tradicionalmente.”
Teodoro Llorente (1889). España. Sus monumentos y arte. Su naturaleza e historia, Valencia.
“Al ver los frondosos naranjales de la Ribera del Júcar, el menos fantaseador piensa en el renombrado y fabuloso Jardín de las Hespérides. Inmenso jardín parecen, en efecto, los campos en que crece y prospera ese árbol privilegiado, en el cual todo es bello.”
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