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Los paisajes de La Vall d’Albaida - Paisajes Turísticos ValencianosPaisajes Turísticos Valencianos

Paisajes y acciones estratégicas

Los paisajes de La Vall d’Albaida

Una tierra de contrastes

Se puede decir que los hombres han modelado el paisaje de los valles blancos y, al mismo tiempo, que el paisaje “ha hecho” a los propios hombres. El sinclinal geológicamente perfecto que es la comarca puede parecer, al observador inadvertido o a aquel que lo pueda mirar a vista de pájaro, un espacio homogéneo, que parece plano. Sin embargo, cuando recorremos estas tierras constatamos que esa primera impresión era totalmente errónea. En efecto, el relieve de La Vall es ondulado, conformado por una sucesión de altibajos, suaves sí, pero incontestables: barrancos más o menos abruptos y extensos y regueros que desaguan en rieras que conforman las arterias de los ríos principales de la cuenca del río Albaida, que da nombre a la comarca.

El territorio es un valle extenso y ancho, de casi 15 km de longitud y de casi 6 km de anchura en sus extremos, que se alinea en sentido perpendicular a la disposición costera del territorio del País Valenciano. Las magnitudes de altitud lo reflejan claramente: pasamos de los 137 metros de Bellús hasta los cerca de 400 de Agullent o Beniatjar.

La Vall d’Albaida es una de las comarcas centromeridionales valencianas o Comarcas Centrales Valencianas, la más central de todas ellas. Es un centro de intercambio donde confluían los productos de las llanuras litorales, de la región de las montañas y de La Mancha. Hay que añadirle dos unidades claramente diferenciadas: el término de Bocairent y el de Fontanars dels Alforins, dos replazas de más de 600 metros que anuncian la Meseta y las altiplanicies de interior.

El río Albaida nace en el punto exacto que cortan las sierras, donde acaba la del Benicadell y empieza la de Agullent. El río Al-Baidà y el color blanco predominante de la tierra, del tapón o blanquizal, dan nombre a la comarca que, pese a ello, pertenece a cuatro cuencas: el Albaida, el río de Alcoi o Serpis, el Cànyoles y el Vinalopó.

 

El medio físico

Estamos ante un espacio amplio que conforma un medio geográfico homogéneo, un espacio rodeado de montañas, nítidamente delimitado y por eso perfecto en cuanto a su topografía: un sinclinal geológicamente bien delimitado por sendos anticlinales, la Serra Grossa al norte y las sierras de Agullent-Ombria d’Ontinyent y Benicadell, al sur. El anfiteatro se concreta en sus extremos oriental y occidental, respectivamente, con el Coll de Llautó y, más allá de Ontinyent, Els Cabeços (del Navarro y de Tiriran), que delimitan el inicio del altiplano de L’Alforí, siguiendo hacia poniente. Un territorio que se orienta claramente hacia el Sistema Bético, al que pertenece, pero que tiene contacto con el extremo meridional de las cordilleras del Sistema Ibérico.

Los suelos predominantes son blancos, como hemos dicho, aunque tenemos que exceptuar una zona en la parte más occidental de la Replana dels Alforins, donde predomina el color rojizo y el afloramiento del área de Rugat, de un rojo intenso. De todos modos, las tierras blancas son uno de los elementos más destacables del paisaje, como se puede ver incluso en las imágenes tomadas por satélite. Cavanilles, de nuevo, acierta cuando describe los suelos: “Su suelo se compone de marga blanquecina desde el Coll de Llautó hasta Ontiniént y de roxiza desde aquí hasta salir del reyno…”, remarcando que “la tierra blanca, llamada vulgarmente Albarís” es su característica.

Las vías de comunicación tenían como accesos más destacables los cursos fluviales: el Port d’Albaida y L’Estret de les Aigües (Bellús), donde nace y donde atraviesa en la comarca de La Costera el río de Albaida. Junto a ellos, las vías de conexión más accesibles de poniente (Ontinyent y Fontanars, pero también Bocairent) hacia la depresión del Vinalopó, que nace en término de Bocairent. Más exigentes han sido los puertos de montaña de entrada (por L’Olleria y Benigànim) o de salida ya hacia L’Alcoià-Comtat (puerto de Salem y puerto de Muro). Las mejoras han sido notables en los últimos años con la apertura de los túneles de L’Olleria y la mejora sustancial del Port d’Albaida de la mano de la autovía central.

 

Observaciones a primer golpe de vista

El blanco de las tierras y el verde son los colores predominantes. La cubierta vegetal ha sufrido una considerable transformación desde la primigenia formación de bosques asociada al predominio de carrascas hasta la actual, con predominio absoluto del pinar. La intensísima explotación de las décadas centrales del siglo xix explica la necesidad de la repoblación realizada a finales del siglo y en las primeras décadas del xx, gracias a la planificación forestal estatal (“Camí dels Enginyers”). Posteriormente, varios incendios han comprometido gravemente esta cubierta, el de 1970 y especialmente el de 1994, que arrasó casi por completo las sierras de La Vall, con excepciones bien claras y en concreto la parte de Bocairent de la Sierra de Mariola y del término de Fontanars dels Alforins.

Posteriormente, otros incendios han retrasado una complicada recuperación de la cubierta vegetal y han privado al observador de la frondosidad de las sierras que destacaron escritores y viajeros a lo largo del siglo xx (Beüt, Soler Carnicer, Alejandro Bataller) quitándole una parte muy considerable de su atractivo para un muy embrionario turismo rural y ecológico (cicloturismo y senderismo) que ha sido la apuesta más decidida de las instituciones supracomarcales (Mancomunitat de Municipis de la Vall d’Albaida). Hoy el bosque ha quedado reducido a la mínima expresión y lo que es aún más ostensible si hablamos de los bosques relictos de encinas. El paraje del Surar de Pinet-Llutxent constituye una espléndida excepción.

 

La secuencia histórica

El paisaje y la organización de la población, lo más visible y sensible al paso del tiempo, han cambiado de manera comprobable desde que lo contemplaron las escasas tropas cristianas al frente de las que iba Jaime I, hace poco más de 750 años. Y los cambios, obviamente, se deben a la especie humana.

Desde el momento de la conquista hasta el siglo xv se constata la profunda transformación de la estructura de poblamiento y, en buena medida, del paisaje. El modelo colonial cristiano comprende una dualidad y una jerarquía muy clara: los asentamientos de colonos, por un lado, y las heredades y señorías de propietarios absentistas residentes en los núcleos urbanos, Xàtiva y Valencia. Surgirán así pueblos o villas nuevas de cristianos, creadas ex novo (Montaverner, Llutxent y la Pobla de Rugat-del Duc) o sobre anteriores núcleos hispano-musulmanes (Bocairent, Ontinyent y, probablemente, Albaida) y asentamientos menores de cristianos (Agullent, el Palomar, les Olles —la futura L’Olleria—, Benigànim, Quatretonda…). La permanencia de gran parte de los vencidos explica por qué se mantuvieron las alquerías islámicas, aunque estuvieron sometidas a un proceso de simplificación y concentración. La situación cambia profundamente durante el lapso comprendido entre la conquista y los inicios del siglo xvi.

El paisaje actual de La Vall d’Albaida, en buena medida, es producto –insistimos– de la acción del hombre. El mapa más antiguo del territorio valenciano que se conoce hasta el momento data de 1499 y es, al mismo tiempo, la primera representación cartográfica de la comarca (Terol, 2000). Es un documento excepcional: un dibujo realizado en tinta sobre papel en el que se representa un tercio de la superficie de la comarca (unos 210 km² de un total de 721,5) a una escala aproximada que oscila entre 1:30.000 y 1:50.000. Ahora bien, cabe señalar que es una representación que se enmarca en la cartografía corográfica o pretécnica, muy anterior a los estándares técnicos actuales. Se representan trece de las treinta y cuatro poblaciones existentes en la actualidad y algunos de los lugares —unidades de poblamiento mínimo entre las categorías jurídicas valencianas de la época foral que entonces existían, que a estas alturas no son más que vestigios de una antigua ocupación—. La comarca figura con sus castillos aún en pie o con restos bastante más visibles que los actuales y se representan las poblaciones con una imagen característica y una mentalidad feudal, como símbolos de poder sobre un territorio, dado que lo hacen en forma de torres fortificadas o castillos. En definitiva, se representa una sociedad y sus circunstancias; más de cinco siglos después las cosas son muy diferentes.

La expulsión de los moriscos en 1609 marca un punto de inflexión. La tendencia del fenómeno histórico de poblamiento a agruparse es continuo desde la conquista y colonización cristianas. El paisaje poblacional quedará conformado de manera prácticamente definitiva a partir de 1609: con ligeras correcciones, se configura el mapa de los núcleos que constituirán los 34 municipios que hoy conforman la comarca.

La repoblación posterior a la expulsión fue eminentemente endógena, a cargo de las poblaciones cristianas viejas, y fue también un fenómeno señorial, porque la geografía morisca era —no lo olvidemos— una geografía señorial. Así, en 1609 la población cristiana vieja representaba el 69,4% mientras que la morisca era del 30,6%, en proporciones que reproducen porcentualmente —como muchas otras— las magnitudes generales del país. Es muy significativo, en cualquier caso, que dos de cada tres vasallos de señor fueran moriscos.

 

Una tierra de contrastes: la dualidad comarcal

La dualidad que preside el territorio actualmente, aunque de raíces históricas, se acentúa en el siglo xix: la mitad occidental industrializada y mucho más poblada contrasta con la mitad oriental, agrícola y de menor densidad y peso demográfico. La diferenciación irá desarrollándose de manera progresiva hasta llegar a los años 50 del siglo xx, que marcan el definitivo desequilibrio en la estructura comarcal, sancionado y acentuado aún más con la mejora y el desarrollo de las comunicaciones terrestres (autovías) en las últimas décadas.

La Vall d’Albaida es sobre todo una tierra de contrastes. Este es su rasgo más característico. Este tipo de dualidad es dialéctica y omnipresente, y sus factores explicativos son, en parte, geográficos. El paisaje es una prueba manifiesta de sus contrastes: industrial/agrícola, solana/umbría, levante/poniente, sierra/valle, huerta/secano, bosques relictos/campos bien cultivados…

Policentrismo de profundas raíces históricas que se estructura ahora como antes en tres áreas de influencia: Ontinyent, Gandia y Xàtiva, influencia comercial, judicial, humana, antroponímica. Eso es consecuencia en buena medida de la posición excéntrica de Ontinyent en una comarca alargada y relativamente estrecha en la que la parte principal está situada en un extremo y no en el centro.

La delimitación comarcal actual (aún solo oficiosa) es en buena parte arbitraria. En definitiva, desde 1988 las 34 poblaciones de nuestra comarca conforman un distrito judicial, el partido judicial con capital en Ontinyent, que afianza la delimitación histórica o tradicional, cuanto menos. La Mancomunitat de Municipis de la Vall d’Albaida nace en 1991 y hoy en día incluye todos los municipios de la comarca. Estos son, de momento, los únicos reconocimientos legales de nuestro (incontestable, cabe decir) hecho comarcal.

 

Un paisaje predominantemente rural

Si observamos esta tierra, veremos que hay algunos sitios donde el paisaje y la gente poseen un equilibrio sencillo, incluso plácido. Anhelante (casi bucólica) vista de una ruralidad que se adivina antigua, como nos confirma la toponimia. El paisaje de La Vall d’Albaida es, en efecto, eminentemente rural, salpicado de núcleos de poblaciones de un tamaño variable: 20 de los 34 municipios tienen menos de 1.000 habitantes. Pese a ello, aunque no hay grandes ciudades, sí hay núcleos con connotaciones plenamente urbanas, especialmente en el caso de la capital, Ontinyent, con más de 36.000 habitantes. En un segundo escalón encontramos los actuales núcleos industriales y antiguas villas de tamaño medio de Albaida, Benigànim y L’Olleria, con poblaciones que oscilan entre los 6.000 y los 8.500 habitantes.

Los términos municipales guardan también esta proporcionalidad, aunque los hay muy extensos, como los de la parte occidental (Bocairent, Fontanars dels Alforins y Ontinyent) y los de Albaida, Benigànim, Llutxent, L’Olleria y Quatretonda. Pese a ello, la densidad demográfica es también desigual: los poco más de 92.000 habitantes se distribuyen por los 721 km2 y conforman una densidad inferior a la media valenciana, pero bastante mayor que la de las comarcas no litorales valencianas. Esta anomalía en una distribución de la población valenciana abocada en el litoral tiene orígenes históricos: desde la Edad del Bronce, la comarca es una de las más densamente ocupadas. Hoy en día el fenómeno de la industrialización a partir de la taca d’oli del textil valenciano ayuda a entender que junto a L’Alcoià-Comtat-Foia de Castalla marca un dinámico contrapunto a la pauta y a la tendencia demográfica de las comarcas valencianas de interior. Una parte del paisaje urbano, especialmente en Ontinyent, el de las chimeneas, testimonia la tradición manufacturera primero e industrial después y topónimos como Els Batans, lo confirman.

En las áreas más dinámicas Ontinyent conjuga las funciones de centro de servicios (especialmente culturales e identitarios) y actividad industrial. Este dinamismo se ha traducido en un incremento de su peso demográfico relativo, que ha pasado del 21% de la población comarcal de 1900 al 40% actual. En el otro extremo, la mayoría de poblaciones pequeñas y agrarias muestran una tendencia a la pérdida de peso demográfico o al estancamiento, pues representan menos del 10% de la población comarcal. Suele ser aquí donde el paisaje nos reserva verdaderas joyas que guardan las esencias mediterráneas (en la flora, en la fauna) porque se han conservado sitios y paisajes llenos de encanto y de autenticidad.

La tendencia de proliferación de las masías y los fenómenos de poblamiento disperso por el paisaje agrario de la comarca empiezan a invertirse desde los años 50 del siglo xx. Las masías, una parte muy significativa de nuestro patrimonio etnológico y arquitectónico, son producto de un ciclo expansivo que empieza en el siglo xviii y que se desarrolla sobretodo en el xix. A mediados siglo xx la industrialización origina un progresivo, imparable y rápido retorno al poblamiento agrupado. Desde entonces las masías empiezan a ser abandonadas. Pese a ello, en los últimos cuarenta años se observa un fenómeno paradójico: una nueva huida al campo a través de la generalización de las segundas residencias, las populares casetes. El fenómeno es muy intenso en los términos de las poblaciones medias más industrializadas (Albaida, L’Olleria, Aielo de Malferit, Agullent) y especialmente en Ontinyent. En las poblaciones de base agraria, en cambio, se atenúa mucho y aún conservan su paisaje claramente agrario de estas segundas residencias.

 

Un paisaje agrario de secano: sinfonía de bancales, fuentes y barrancos

Los hombres han sabido sacar partido del territorio y, poco a poco, transformarlo en un notable espacio agrícola: han ido conquistando y domesticando el ager desde la aparición de la agricultura, hace unos millares de años. El proceso ayuda a entender la presencia de las navas, collados y cerros, montículos y altos donde la vegetación boscosa ha quedado reducida a la mínima expresión generalmente asociada a la presencia antrópica, de la mano de masías.

Predominan la viña y los frutales, y aún tiene un peso muy considerable el olivo, muy característico desde tiempos inmemoriales (recordemos la hipérbole de Escolano: “la vall rajava oli”). Los suelos presentan condiciones idóneas para la viña, por lo que su presencia ha sido siempre relevante y con una notable tendencia expansiva desde el siglo xvi, tanto en lo referente a la uva de mesa como a la de jaraíz o trujal. Pese a ello, en los últimos tiempos la agricultura, como la práctica totalidad del sector primario valenciano, vive una etapa de incertidumbre, con una tendencia que explica el aumento de los terrenos sin cultivar, incluso en términos de poblaciones aún de base económica agraria. Así pues, el olivo ha cobrado una cierta tendencia expansiva como cultivo-refugio en un momento en el que los agricultores han vivido en carne propia el desbarajuste de la vorágine del capricho de los mercados y las modas, plantando y arrancando varias variedades de frutales. Muchas vertientes de cordilleras conservan fosilizados bancales de almendros, olivos y algarrobales. Se trata de testimonios del intenso proceso de artigamiento durante la primera mitad del siglo xix, fenómeno ya señalado en su momento por Cavanilles. La ley de los rendimientos decrecientes ha dictado, aun así, sentencia inmisericorde y hoy conviven con las formaciones vegetales (pinar y matorral) que se afanan por recuperar su espacio.

 

Los paisajes del agua: porque no todo es tierra de secano…

Tierra de predominio del secano. Territorio, pese a ello, con una huerta nada despreciable. Huerta notable, como la de Ontinyent, que ha sido el alma y el aliento de vida de la ciudad. Aparte de los ríos principales hay una larguísima lista de barrancos conectados con las arterias principales. Los sistemas de captación de aguas son múltiples y casi todos ellos pasan a ser oasis de verdor y de eclosión de vida. Los modelos tradicionales están muy bien representados: acequias como la de El Port (subcomarca del Marquesat d’Albaida) y las acequias Vella y Nova (Ontinyent), que conforman el riego histórico o huerta de Ontinyent; infinitas fuentes por doquier (la Font Freda en la sierra del Benicadell, la Font del Benetzar en Agullent); azudes, como en el Pou Clar (Ontinyent); qanats o alcabores y minas de captación como la Font de Santa Bàrbara o del Teular (Bocairent) y la Font Jordana (Agullent) (Hermosilla-Peña, 2013).

En este sentido, la única población que no disponía de espacios irrigados históricamente era La Pobla del Duc. Paradójicamente una de las villas donde la agricultura (basada en la uva de mesa y, en menor medida, en la elaboración de vinos) ha vivido etapas de esplendor y que pertenece a lo que podríamos definir como el secano más fecundo de la comarca.

Debemos sumarle la presencia de una numerosa cabaña ganadera de ovicápridos (que incluye Bocairent y su término histórico, que llegó a incluir Alfafara y Banyeres de Mariola), que explica la pujanza manufacturera de la lana en Ontinyent y en Bocairent en las épocas medieval y moderna.

 

Los accesos y las comunicaciones

El déficit histórico de unas pésimas comunicaciones admite matices: el camino real de Gandía a Ontinyent, de la primera mitad del siglo xv, y su conexión con los caminos que llevan a Castilla, especialmente el de Almansa en Ontinyent, ayudan a entender la pujanza de las villas fronterizas a un lado y otro desde el siglo xvi, fruto de un activo comercio y de sinergias regionales incontestables, a partir de la complementariedad de las actividades económicas: trigo, lana y ganados castellanos a cambio de productos textiles manufacturados y aceite, básicamente.

El embrión de un eje vertebrador del País Valenciano toma forma a partir de 1279 con la creación del camino Xàtiva-Alcoi, que penetrará en la región de las montañas y que conforma con el ámbito urbano de Xàtiva el binomio que históricamente ha conformado la gobernación de más allá del Júcar y, actualmente, las comarcas centrales valencianas. La ocupación de las comarcas del sur en tiempos de Jaime II cierra el proceso primordial de configuración histórica del territorio valenciano y con la continuidad del camino hasta Alicante marca la tendencia que a finales del siglo xx supondrá la actual autovía central. La mejora significativa de las infraestructuras viarias en las últimas décadas ha alejado las carreteras de los núcleos urbanos pero ha supuesto el pago de un gravoso peaje por su considerable impacto visual y ambiental.

El ferrocarril, en cambio, está presente desde la última década del siglo xix. Es un recurso de transporte subdesarrollado por la negligente gestión de las diversas administraciones públicas y ha pasado a ser, al mismo tiempo, una reivindicación recurrente de la comarca en lo que respecta a su continuidad y mejora.

 

La toponimia y el paisaje de las palabras

Prácticamente los 3.000 topónimos recogidos actualmente en La Vall son transparentes y ejemplos elocuentes de la visión del paisaje comarcal a través de los tiempos, especialmente, por su significación geográfica e histórica. La toponimia nos muestra la mirada paisajística de nuestros antepasados, agricultores, cazadores y pastores, sobre muchas partes de la comarca hoy transformadas: desde el color y forma de la tierra (el Terrer Roig, en una zona de suelo blanco; el Llacorellar), la calidad de la tierra (El Paraís, Les Sorts), el sistema de distribución de agua y de riego (L’Assut, la Sagnia, la Sénia, Porçons, El Naiximent, La Mota, La Tanda del Dilluns), el relieve (El Llombo, Els Tossals, El Campello), las faenas (El Teular, L’Algepsar, Les Picadores, Els Novals), los caminos (El Forcall, Els Descansadors, La Venta), los restos de poblaciones de moriscos (El Benetzar, Rafalgani, L’Atzúbia), las costumbres (L’Esplugador, Cadolla de les Agüeles), los oficios (El Coc, El Quincaller, El Balde), la fauna (L’Alt del Corço, La Llobera), la agricultura (L’Arrossar de Bellús, El Tramussar), la flora (El Joncar, El Surar), etc.

 

Emili Casanova Herrero
Departament de Filologia Catalana
Universitat de València

Vicent Terol i Reig
Director del Archivo de Ontinyent

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Fotos

Bocairent (foto Miquel Francés).Melocotoneros en el fondo de la Vall d’Albaida (foto Miquel Francés).El Benicadell (foto Miquel Francés).El Palacio d’Albaida (foto Miquel Francés).La Vall d’Albaida desde la Serra Grossa (foto Miquel Francés).Ontinyent, Agullent y Albaida (foto Miquel Francés).Ontinyent (foto Miquel Francés).Vall d’Albaida desde la Ombria del Benicadell (foto Miquel Francés).

Mapas

Citas

Gaspar Escolano (1610-1611). Décadas de la insigne y coronada ciudad de Valencia.

“Esta Serranía la divide de Xátiva la sierra que llamamos del Puerto de la Ollería y, descendiendo della, lo primero que se topa es con la estendida
y pingüe Valle de Albayda, que toda mana azeyte”.

Dicho popular de La Vall d’Albaida.

“Si Mariola fa cassola i el Benicadell capell
llaurador ves-te’n a casa, pica espart i fes cordell”.

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