Paisajes y acciones estratégicas
Una llanura de agua y horizontes abiertos
Desde lo alto de la sierra de Cullera, Cavanilles (1795, 192) destacó con acierto los ingredientes constitutivos de la “graciosa vista” de la Ribera: el mar, al oriente; la desembocadura del Xúquer “que viene haciendo curvas” desde Alzira; la sierra de Corbera al fondo meridional con varios lugares al pie; al norte, el gran lago de la Albufera rodeado de arrozales, y más cerca las preciosas huertas de Sueca y Cullera. La amplia llanura, junto al mar, componía un “cuadro interesante”, una verdadera obra de la naturaleza y el arte.
Más de doscientos años después, este mismo cuadro paisajístico de la llanura deltaica sigue siendo expresión madura de la coevolución de naturaleza y cultura. Las unidades del paisaje agrario muestran una marcada proximidad ecológica a las diversas unidades ambientales. El agua desbordada o dominada, regulada o encharcada, drenada o captada, ocupa una centralidad integradora en la configuración del paisaje, en la organización de sus cultivos tradicionales o en las tendencias evolutivas pasadas o actuales del territorio.
Pero el agua, además de elemento simbólico, establece una íntima conexión de las comunidades hidráulicas con su entorno. La llanura es expresión de la vida natural y de sostenidas actividades humanas; el paso del tiempo lo ha medido la recurrencia de los estiajes y las riadas; el ciclo agrario se ajusta al retorno anual de las estaciones. Alrededor del agua, las gentes ribereñas, en el pasado y en el presente, han tejido y desarrollan redes rurales y urbanas, procesos sociales cooperativos y valiosos elementos patrimoniales (Fairclough, 2016). Las comunidades ribereñas alcanzaron y mantienen acuerdos y contratos sociales para el abastecimiento, gestión y uso del recurso, así como para la mitigación de las inundaciones.
“La Ribera se llama alta o baxa según las tierras distan más o menos del mar, y del lago de la Albufera” (Cavanilles, 1795: 170). El atento botánico de la Ilustración recurrió a esta conocida división popular para indicar que los encharcamientos y espacios pantanosos del país bajo la Ribera eran obra de la naturaleza y no del arte que acontecía en la Ribera Alta. En realidad, la Ribera Baixa es una llanura deltaica holocena, transicional desde la tierra firme hasta el mar abierto.
La llanura ha sido modelada por la propagación aluvial del Xúquer sobre una cubeta estuarina alargada, estrecha y paralela a la costa actual. La estabilización del nivel marino flandriense contribuyó a la creación de un delta interior palmeado y la formación de humedales distales (lagunas, pantanos y turberas). Siguió después una etapa de construcción de potentes diques aluviales sobre sendas cuencas laterales de inundación. Mientras, se formó una restinga arenosa costera discontinua que cerró parcialmente el estuario a la influencia marina. Por último la restinga se fue ampliando hasta sellar y aislar la Albufera del mar y los humedales costeros del sur del Xúquer. En síntesis, los ambientes principales de la llanura son la cresta aluvial convexa del Xúquer con el cinturón de meandros, los marjales y la restinga litoral (Ruiz, 2001).
La cresta aluvial convexa del río con los meandros y los declives de los diques naturales son las formas fluviales más significativas de la llanura dominada por la acreción vertical. En los laterales del río se sitúan las poblaciones de Albalat de la Ribera, Polinyà, Riola, Fortaleny y Sueca, esto es, en los emplazamientos más idóneos por la menor duración y calado de las inundaciones. Los diques forman declives hacia las áreas más deprimidas de la llanura costera; en sus partes distales afloran manantiales alimentados por el freático aluvial (Ruiz et al, 2006). Por su parte, los actuales marjales engloban desde antiguas lagunas salobres (estanys, bassals), prados y zonas pantanosas (fangars), hasta estanques algo mayores. La secular obra de bonificación y transformación en arrozales ha homogeneizado un conjunto ambiental muy diverso. Finalmente la restinga litoral separa y aísla los marjales y lagunas de la influencia marina. Al norte de la sierra de Cullera alcanza una anchura de unos 400 m, mientras al sur mide más de 2 km. La morfología de la restinga fue arrasada primero por la transformación agraria y posteriormente por las segundas residencias. En algún tramo, la restinga está interrumpida por la apertura de bocanas o golas artificiales.
El paisaje agrario es una transformación colectiva del potencial ecológico de la llanura. La disponibilidad de caudales y fácil acceso a las aguas subterráneas permitió un intenso desarrollo del regadío a lo largo de un proceso secular de construcción de acequias, escorredores y pozos. Las primeras huertas fueron ampliándose hasta transformar la totalidad del delta interior, marjales e incluso la restinga costera. El arrozal y los cítricos no han dejado espacio “ocioso” en el país bajo de la Ribera (Sanchis et al, 2010).
De otra parte, la construcción colectiva de este maduro paisaje regado exigió una secular coordinación de los regantes mediante normas bien establecidas y aplicadas. Su estatuto contemporáneo se actualizó con la revolución liberal que alteró la organización foral de las acequias y su marco jurídico. Más tarde, en las primeras décadas del siglo XX, el uso agrícola del agua tuvo que adaptarse a los planes estatales de regulación de la cuenca del Xúquer (Calatayud, 2006). Sin duda, el paisaje es un arquetipo e icono del regadío valenciano.
El regadío islámico se basó en el aprovechamiento de surgencias naturales o la excavación de minas a cielo abierto. Eran pequeñas huertas junto a alquerías, entre secanos y marjales. Más tarde, con la crisis de la navegación fluvial de Alzira, la monarquía autorizó las primeras acequias de Cullera (margen izquierda, 1415) y Sueca (margen izquierda, 1484). La extensión por la margen derecha es algo posterior (Cullera, 1509; Quatre Pobles, 1516). Estas infraestructuras impulsaron la reducción de los secanos y marjales y la ampliación de los regadíos. Acequias posteriores (Múzquiz) y otras obras menores permitieron dominar los secanos inmediatos al lecho fluvial.
En el paisaje agrario medieval predominaban los cultivos de la trilogía mediterránea, junto a pequeños islotes de huertas, en las que había también moreras. Este cultivo se generalizó en el siglo XVI y más tarde hubo la expansión del arroz por las antiguas marjales, previa apertura de escorredores y también norias. El avance del regadío se benefició de la progresión del arrozal por el entorno de la Albufera, especialmente con la ampliación de motores de elevación. Por su parte la crisis de la morera, a mitad del siglo XIX, dio paso a la expansión del naranjo.
Durante las crecidas extraordinarias del Xúquer, la punta, una vez superada la cresta aluvial, se desparrama por el norte hacia la Albufera y por el sur hasta los marjales de Xeraco, no lejos de Gandia. En tales ocasiones el frente de la desembocadura del Xúquer alcanza más de 40 km. Obviamente la geometría transversal de la llanura deltaica dirige los flujos desbordados hacia los puntos más deprimidos.
De otra parte, durante las grandes riadas se viven horas de incertidumbre y pavor entre los habitantes, muy especialmente durante la noche. Así aconteció la noche del 4 de noviembre de 1864 en Cullera. Para combatir la oscuridad de la villa, la autoridad local mandó iluminar los edificios, como en los días más solemnes. Poco después el río inundó las tres cuartas partes de la población, “la multitud de luces, expuestas en los balcones, ventanas y azoteas demostró que todos los vecinos se hallaban vigilantes y prevenidos” (Boix, 1865, 168-169). Las fachadas iluminadas en medio de la noche y de la riada, era señal de la alerta colectiva. Mientras se estaba creando un paisaje de destrucción.
Después de la retirada de las aguas, el paisaje produce inquietud porque la dinámica de la naturaleza ha roto, en pocas horas, el orden espacial establecido y, durante las semanas posteriores, el país bajo de la Ribera ofrece una imagen inusual de edificios arruinados, campos arrasados o acequias inutilizadas, mientras avanza la batalla del barro en los núcleos urbanos. El paisaje dañado y destruido es la plasmación visual de la súbita eliminación del sentido de lugar (Nogué, 2009). De inmediato los damnificados se ocupan de reponer presas, acequias, caminos, edificios y, sobre todo, de restablecer el orden y el sentido del lugar. Técnicos encargados de evaluar los daños de la riada de 1864 quedaron sorprendidos de la laboriosidad de los labradores de Cullera, quienes estaban reponiendo afanosamente el suelo arrebatado por el mar en la partida de la Rápita, conduciendo cargas de tierra arcillosa desde un sitio distante a 3 km (Bosch, 1866: 358). Parecía un obstáculo casi insalvable, pero se impuso la voluntad colectiva de recuperar el lugar. En síntesis, el paisaje de la llanura deltaica no sólo es una construcción natural y cultural, sino también una reconstrucción recurrente tras los sucesivos episodios de destrucción.
La llanura resulta sorprendente y sedativa (Fuster, 1970): en el marjal todo es horizontal, una horizontalidad de cromatismo cambiante a lo largo del año: unas veces anegado como un espejo; otras seco, con terrones en descanso, después de la siega; y a continuación tallos con todos los verdes posibles, hasta alcanzar el amarillo, con las espigas maduras y al final un amarillo oscuro o apagado. Este ciclo del arrozal, evocado por Fuster también fue referido por Llorente (1889): el marjal es una llanura dividida y parcelada, “campo monótono o triste, de negruzcas glebas en invierno; limpio y brillantísimo espejo cuando el agua lo inunda para el laboreo y la plantación; pradera verde y lozana cuando crece por igual la productiva gramínea en sus rectangulares balsas; mar de rubias mieses (…) cuando el recio vástago se corona de espigas”.
Sin duda el ciclo vegetativo del arrozal marca la estacionalidad del marjal, con momentos de silencio y soledad que se truecan en la bulliciosa animación de la siega. Diversas imágenes artísticas y literarias han convertido esta secuencia anual del arrozal en un componente esencial del paisaje del marjal y de la inmediata Albufera. “Así como Blasco fue el escritor que con su pluma inmortalizó el lago, Claros, con su pincel, hizo lo propio, y no resultaría completa una sinopsis de aquel, si no recogiera en sus páginas los valores que presenta la obra de ambos artistas” (Pardo, 1942:249-50).
Por su parte, los cazadores también son protagonistas en el ciclo anual del marjal y, hasta tiempos recientes, en la misma Albufera. Este último escenario lo evocó Blasco Ibáñez en Cañas y barro a través de varios personajes y colectivos muy activos con la ocasión de las tiradas. La caza en el marjal exterior al Parque Natural de la Albufera pervive los sábados en los vedados de Sueca, Cullera y Silla, desde mediados de noviembre a mediados de enero. Al finalizar los miembros de las sociedades locales de cazadores van “de càbiles” varias jornadas consecutivas. A principios del siglo XX, los cazadores-naturistas A. Chapman y W. J. Buck (1989) narraron las tiradas de la Calderería, una zona del marjal inundado artificialmente que atraía “numerosos cazadores de todos los lugares de España”. Ambos explican minuciosamente los preparativos, desde cuando estaba prohibida la entrada “en los arrozales desiertos”, a la subasta de los puestos, el momento del acondicionamiento de los cubos (bocois) cubiertos de cañas o matas de arroz, y sobre todo la madrugada y el día de la tirada.
La restinga, otra destacada unidad paisajística, se ha formado con aportes arenosos suministrados desde diversas posiciones de las desembocaduras de Túria y del Xúquer y transportadas hacia el sur por la dinámica marina. En la restinga, que aísla los humedales costeros de la influencia marina, hay varias bocanas o golas artificiales. El proceso de transformación ha sido progresivo: apertura de la gola del Perellonet (1903), construcción de la carretera Nazaret-Oliva (años veinte), construcción del poblado del Perellonet (inaugurado en 1953). A mitad del siglo XX, atravesado el puente del Perellonet, en las márgenes de la carretera, las dunas estaban parceladas y las propiedades definidas con setos por iniciativa de “modestísimos agricultores”. Eran pequeñas extensiones entre dunas incultas hasta las proximidades del Perelló, poblado pesquero, y lugar de veraneo. Pasado el Perelló, las propiedades agrarias estaban más sistematizadas y delimitadas por setos de cipreses o cañas. Por su parte el Mareny era un poblado agrícola donde los entornos dunares habían sido transformados en vergel; luego seguía la población diseminada, con ausencia de grandes construcciones (Cruz et al 1952). El conjunto de setos otorgaban y siguen otorgando al entorno un gran valor paisajístico y cultural.
En las extensas playas de la Ribera Baixa surgieron desde los años sesenta los habituales bloques de apartamentos que han alterado esta unidad paisajística. Así entre la gola del Perellonet y el Perelló, el boom urbanístico de los años sesenta y setenta convirtió este tramo en uno de los de mayor desarrollo urbanístico del litoral valenciano (masiva construcción de bloques de apartamentos) con el consiguiente arrasamiento dunar. Por su parte, el núcleo urbano del Perelló, inicialmente un poblado de pescadores, actualmente acoge un alto porcentaje de ciudadanos residentes todo el año (Tortosa-Prósper, 2007). Más al sur, pedanías (Mareny de Sant Llorenç, Mareny de Vilxes) anteriormente dependientes de la agricultura y la pesca, se han convertido en economías de servicios (restauración). En las cercanías del mar hay edificios de apartamentos (Mareny Blau, Mareny de Barraquetes).
Al sur de la sierra de Cullera y de la desembocadura del Xúquer, la restinga es más ancha. Hasta fecha más reciente, allí se mantuvieron los usos agrarios (entre setos de cañas y cipreses), pero es un sector vulnerable ante las inundaciones del río. No obstante, en la última década se ha incrementado la presión urbanística.
Pocas voces discuten hoy la positiva aportación del patrimonio al paisaje, ni que el paisaje también es patrimonio. Actualmente hay una creciente reflexión interdisciplinar acerca del patrimonio hidráulico y paisaje como expresión de consenso social y adaptación cultural. Sin duda, la Ribera Baixa alberga numerosas expresiones de un variado patrimonio hidráulico integrado en la configuración paisajística.
Así el río, por su condición de obstáculo entre márgenes rivales, ha estimulado la construcción de puentes que son un símbolo del vínculo entre las comunidades ribereñas y de la coexistencia y armonía con la naturaleza. Entre ellos destacan por su valor patrimonial los cuatro puentes metálicos (Albalat, Sueca-Riola, Sueca-Fortaleny y Cullera) del tipo celosía Bow-String, construídos a principios del siglo XX. Estas infraestructuras viarias sustituyeron antiguas barcas (Sueca, Albalat) y el puente de las barcas de Cullera (Sanchis, 1993). Estas obras constituyen un conjunto emblemático de los puentes como extensión orgánica del paisaje, tendidos para potenciar los intercambios y las comunicaciones entre comunidades de una y otra margen fluvial.
Otra modalidad del patrimonio hidráulico está formada por las presas de derivación (azudes de Sueca, Cullera y de la Marquesa); numerosas acequias primarias, secundarias y terciarias que además de activar en el pasado molinos hidráulicos, fertilizaron y fertilizan las huertas; y muchos azarbes o escorredores de drenaje del marjal. Esta densa red la crearon sucesivas generaciones de pobladores de la Ribera para bonificar la marjal y ampliar la huertas (Hermosilla, 2006).
Más allá de la llanura deltaica, existen elementos patrimoniales destacados. Entre ellos merecen citarse dos castillos (Cullera y Corbera), una iglesia fortificada (ermita de Sant Miquel de Corbera) levantada sobre una torre islámica de vigilancia del río y la torre de vigía en la antigua desembocadura del Xúquer. Todos evocan la importante función de vigilancia y control sobre el tramo final del río, donde destaca el castillo de Culllera del que se conserva la torre mayor (de planta cuadrada), el baluarte, la torre de Sueca (semicircular), etc. Este castillo tuvo un importante papel en la conquista feudal del cercano Bairén.
Sin duda, el paisaje de la llanura resulta difícil de observar en su conjunto, a no ser que se ascienda a alguna sierra o se camine por itinerarios representativos. Así lo hicieron quienes han construido y otorgado las imágenes culturales más elaboradas de la Ribera Baixa. A modo de ejemplo se sugiere como observatorio paisajístico la “Muntanyeta dels Sants” de Sueca, en cuya cúspide está construida la ermita. Sus rocas calcáreas se adornan “amb tosses de figueres paleres, amb atzavares, amb pins, uns pocs pins, amb unes poques, poquíssimes oliveres” (Fuster, 1970). Desde allí se domina una amplia llanura sobre un lejano fondo en el que se adivina o se ve Sueca, el monte de Cullera y la sierra de Corbera. La llanura “cruzada de acequias, azarbes y caminos” aparece a veces con rastrojos de arroz; otras, inundada; verde o amarilla…, con pequeñas manchas lineales o puntos dispersos que son poblados o albergues. “Hasta la proximidad de Sueca nada cambia en el paisaje; a su vista comienzan las huertas y marjales, las eras, graneros y casas de labor y, al fin la población…” (Cruz et al, 1952, 18).
Joan F. Mateu Bellés
Departamento de Geografía
Universitat de València
Teodoro Llorente (1889)
Valencia
“La riqueza de la Ribera del Júcar…se debe tanto o más que a la fertilidad natural del terreno, a la industria
del hombre.”
“… El cabo de Cullera es el único sitio elevado y saliente en la suave curva que traza el mar desde las costas de Oropesa hasta el cabo de San Antonio, y en esta atalaya abarca la mirada la doble llanura del agua y de la tierra, perdiéndose, por una parte, en el horizonte sin fin del mar, y deteniéndose, por otra, en el lejano semicírculo
de las montañas. La Ribera Baja del Júcar se extiende como un mapa a los pies del espectador.”
Joan Fuster (1970)
L’Albufera de Valencia.
“Això és bonic perquè és ric” em deia Josep Pla, una vegada, mentre travessàvem els camps de la Ribera.”
José Cruz et al. (1952)
Mapa agronómico de Sueca.
“El mapa agronómico de la Ribera Baixa incluye “…una gran extensión arrocera, separada del mar por una faja costera de excepcional interés por su particular aprovechamiento y grado de transformación de sus diferentes partes o sectores, rodeada por cultivos herbáceos intensivos [huertas] y huertos de naranjos.”
Pierre Deffontaines-Marcel Durliat (1957)
Espagne de l’Est.
“…La carretera litoral va hasta la montaña de Cullera, antigua isla anclada a la orilla a golpe de temporales, que tiene el aire de un navío varado…la vista desde la cumbre sobre la llanura es muy interesante, invadida por arrozales y enmarcada por las montañas meridionales.”
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